Arica en medio de los eventos político-militares de los países recién nacidos 
 
Antes de relatar algunas anécdotas interesantes que involucran a nuestra Patria Chica ariqueña, es necesario describir el esquema histórico básico de los eventos político-militares de esta parte de América. 
 
Pese a que don Francisco Antonio de Zela y Arizaga inició la primera gesta en pos de la independencia peruana en Tacna en 1811, ésta fue proclamada en Lima por José de San Martín en 1821 y sólo tuvo efectos prácticos en Lima y la costa nortina. Las tropas reales se hicieron fuertes en la sierra y en el Alto Perú y continuaron controlando al resto del país, incluyendo Tacna y Arica, hasta la batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824 y la noticia de la independencia sólo llegó a estas latitudes cerca de Navidad. Recién entonces comienza la peruanidad ariqueña propiamente tal. En www.aricaacaballo.com se incluye un excelente relato de los eventos de la independencia de Chile y Perú, escrito por don Hernán Lagos Zúñiga. En ésta y otras páginas del libro que está leyendo, yo me limitaré a resumir el tema de la manera más simple posible. 
 
Recordando a nuestros próceres 
 
Recordemos que el estoico, orgulloso y generoso teniente coronel del ejército español, don José de San Martín, se puso al servicio del movimiento independentista de su tierra natal, Argentina, en 1812 y en 1816 se declaraba allí la independencia. Para consolidarla, San Martín estaba convencido que debía apoderarse de la riqueza minera del Alto Perú (actual Bolivia) y que la guerra no terminaría hasta quitarle Lima a los españoles. Como lo primero se había demostrado imposible, decidió ayudar a la consolidación de la independencia chilena para poder atacar a Lima por vía marítima. Aparte de sus propios recursos contaba con O’Higgins, José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez, quienes se habían refugiado en Mendoza tras el Desastre de Rancagua que terminó con la Patria Vieja. 
 
Así es que cruzó Los Andes con unos 4.000 hombres en 1817 (los combatientes eran en su mayoría negros, mulatos y esclavos liberados, más las tropas chilenas que habían conseguido huir a Argentina tras el Desastre de Rancagua), divididos en dos columnas principales y otras secundarias que utilizarían diferentes pasos cordilleranos destinados a atacar desde Copiapó hasta Talca-Curicó, lo que impica a un frente de como 1.000km de cordillera, para desorientar a los realistas. O’Higgins, gran colaborador de San Martín pero ciertamente no el gestor de ese magno evento, sólo comandó a una de las cuatro fracciones escalonadas en sucesivas oleadas de la columna de San Martín (y no precisamente a la de vanguardia), la que utilizó el Paso de los Patos (al interior de San Felipe) y el 12 de febrero se gestó el inicio de la derrota definitiva de los españoles tras el triunfo de la Batalla de Chacabuco. 
 
Creo que en términos de dificultad, esa aventura guerrera no tiene parangón en la historia y lamento que ésta no le haya dado todo el mérito que merece San Matín. Hasta el más famoso cruce de Los Alpes comandado por Aníbar palidece ante las atroces dificultades geológicas y de todo tipo que las tropas de San Martín supieron vencer a lo largo de algo así como un mes y luego llegar dispuestos a luchar. El mismo San Martín tenía problemas de salud y en algunos tramos de su atroz periplo tuvo que ser transportado en camilla. No voy a describir esos detalles pues están bien expuestos en https://www.crucedelosandes.com.ar/cruce_delos.asp y todo eso parece hoy tan imposible, que es imperativo visitar a ese link. 
 
Seis días después de la astuta victoria de Chacabuco, un Cabildo Abierto le ofreció a San Martín el mando de Chile como Director Supremo pero él inteligentemente lo rechazó (pareciera que tenía más ambiciosas pretensiones); dos días después el Cabildo nombró a su amigo Bernardo O’Higgins. Hubo después otros enfrentamientos bélicos menores desfavorables para Chile, resaltando el desastre de los patriotas en Cancha Rayada donde O’Higgins fue herido y cuando, en medio del caos nocturno, Manuel Rodríguez gritó su oportuna y famosa arenga “aún tenemos Patria ciudadanos! y luego elevó la moral de los sobrevivientes y la ciudadanía, lo que facilitó su reorganización y eso lo transformó en un héroe popular. Organizó de la noche a la mañana a un regimiento, Los Húsares de la Muerte, para defender a Santiago, consiguiendo un amplio y entusiasta apoyo de la ciudadanía, la que exigió que se le otorgara poder gubernamental, el que cedió a O’Higgings cuando éste llegó herido. 
 
El 5 de abril de 1817 San Martín arrasó definitivamente a los españoles en la Batalla de Maipú, en la cual O’Higgins no pudo participar pero sí hacercerse presente y protagonizar a su famoso Abrazo con San Martín, indentificándolo como “el Salvador de Chile”. Pero ocurrió algo que no me explico y que supongo que O’Higgins nunca perdonó: Manuel Rodríguez reunió a sus Húsares de la Muerte pero no sé porqué se abstuvo de participar en el combate. Tras eso restaron sólo algunas escaramuzas menores y nuestra independencia se firmó oficialmente el 2 de febrero de 1818 en Talca y luego jurada en Santiago 10 días después.. En agosto de 1820 San Martín partió como Comandante en Jefe de la “chilena” Escuadra Libertadora a Lima con una dotación de unos 4.500 efectivos, muchísimos de ellos argentinos. 
 
Así es entonces que la verdadera fecha de la Independencia de Chile es el 12-II-1817 o el 5-IV-1817 o el 2 o el 12 de febrero de 1818 y nuestro verdadero libertador fue San Martín. Chile le debe un inmenso reconocimiento pero en lo que le enseñan a nuestros escolares figura como un personaje casi secundario y circunstancial. Para Argentina es el Padre de la Patria y para Perú es Fundador de la Libertad del Perú y Fundador de la República; para Chile fue un Capitán General ad honorem... 
 
¿Y los famosos hermanos Carrera?  Pues es un tema muy complejo y me limito a expresar que no eran precisamente amigos de San Martín y O’Higgins, aunque trabajaron unidos en Argentina durante la reocupación realista tras el fracaso de la Patria Vieja. Pues en Mendoza se consolidó la animosidad entre O’Higgins y José Miguel Carrera. Hay mucho hilo que enrrollar en este tema y nunca se ha conseguido evaluar debidamente si acaso los Carreras lo podrían haber hecho mejor (hay y sienpre habrá en Chile “Carreristas” y “O’Higginistas”). Pero en lo concreto, San Martín y O’Higgins liberaron eficientemente a Chile y al Perú. Simplemente no sé cuál habría sido nuestro destino si toda esa gestión hubiera dependido de los Carreras. Pero, aunque dos hermanos Carrera fueron fusilados en Argentina, nuestro folklore le ha dedicado a esa familia por lo menos una hermosa canción. Y hasta aqui llego yo en este resumen no-abanderado por una u otra opción de la gestión libertadora de Argentina, Chile y Perú. 
 
Basta agregar que el enigmático y románticamente ensalzado guerrillero y eficiente Manuel Rodríguez actuaba en el ámbito de los Carreras durante la Patria Vieja pero no 100% comprometido con ellos en algún momento de nuestra historia y ciertamente hizo consistentes aportes a nuestra Independencia. Entre ellos está su período más romántico a partir de cuando convenció a San Martín que lo enviara de vuelta a Chile para perturbar clandestinamente al orden realista, desorientar a sus tropas en gestiones de guerrillero con la ayuda del feroz y para nada patriótico bandido José Miguel Neira y su medio centenar de “montoneros”, actuar como espía y hasta burlarse del ridículamente ostentoso mandamás realista (Casimiro Marcó del Pont) con una farsa pública por la cual hasta recibió una propina. San Martín no apreciaba a los Carreras, pero sí a Manuel Rodríguez y a O’Higgins Este último, tras la Reconquista, desconfiaba de Rodríguez, tal vez ¿celoso? de su insuperable popularidad o, más objetivamente, teniendo muy claro que era extremada eficiente pero irremediablemente díscolo y porque era amigo de los Carreras y Rodríguez nunca pudo perdonar que ejecutaran a Neira a poco de que se instaurara la Patria Nueva. Y hay que agregar la extraña actitud de Manuel Rodríguez en lo que se refiere a la Batalla de Maipú (¿qué pretendía o qué le sucedió?). Es que nunca llegaremos a valorar o a evaluar debidamente a sus aportes ni a conocer bien lo que motivó a sus gestiones ni si acaso éstas merecieron que los chilenos lo asesinaran. Misterio... 
 
Entre tanto, el culto, brillante, egocéntrico, tuberculoso y enamoradizo Simón Bolívar ya había liberado a Venezuela y Colombia y acababa de hacer lo mismo con Ecuador, cuando se gestó la famosa reunión con San Martín, quien, habiendo ya tomado posesión de Lima, necesitaba su ayuda para erradicar a los realistas del interior. Esa reunión, realizada en Guayaquil en julio de 1822 y cuyos detalles no pueden más que suponerse pues ambos no simpatizaban y finalmente parece que no hubo acuerdo, selló de facto el destino de nuestra América y creo que afectó a Arica más allá de lo que podría imaginarse, pues si Bolivia iba a prosperar necesitaría a un puerto más adecuado que la increíble elección que ulteriormente recayó sobre Cobija, pese al deseo expreso de los ariqueños de ser integrados a la naciente República boliviana. Tras aquella reunión, San Martín, mucho más militar que político (¿?) y creo que honesto a toda prueba, se hace a un lado y vuelve a Argentina para pronto dejarlo todo e irse a Europa. Bolívar, gran político, asume el mando supremo del Perú, derrota a los españoles en Junín y su lugarteniente, Antonio José de Sucre, hace lo mismo en Ayacucho gracias al “gringo” William Miller  y se consolida la independencia peruana y se inicia la boliviana. Aunque no estaba muy contento con la creación del nuevo país, Bolívar redacta él mismo la Constitución de Bolivia y al año siguiente, en 1826, se vuelve a Colombia. Sucre pasa a ser el primer Presidente de  Bolivia y Santa Cruz queda al mando en Perú. Pasó el tiempo y Bolívar, retirado y enfermo, le escribe una lastimera carta a uno de sus tantos amores, creo que a una prima, quejándose de su destino y mal estado de salud. Malo, malo, malo, eso no se hace, un hombre machote debe finalizar sus días con orgullo pues si se ha de elegir ser importante, es sin quejarse después... 
 
Pese a que Chile declaró su independencia antes, en 1810, repito que ésta no trascendió en la práctica. La libertad nos llegó algo después desde Argentina. Cuando San Martín independizó a ese país, tenía muy claro que había que echar a los españoles del continente para que sus esfuerzos perduraran. Eso requería conseguir la independencia de Chile y desde allí neutralizar su control militar sobre nuestros mares. 
 
Eso se podía hacer de dos maneras: el enfrentamiento formal, frontal, valiente y caballeresco, estilo “héroe” nacional que mata por obligación patriótica y que relatan los textos de historia con los cuales se atiborra de nacionalismo a nuestros jóvenes, o una táctica más inteligente, menos costosa en vidas, menos elegante pero más propia de la mentalidad occidental y que involucra ambición, crueldad y disposición a matar por dinero, la cual se prefiere ocultar a nuestra juventud. En este caso, la última está representada por el concepto del “corso”. 
 
Corsarios, piratas y filibusteros 
El corso fue una genial idea de los ingleses que se remonta a fines del siglo XIII. Permite que, habiendo una guerra, particulares puedan armar barcos para asaltar embarcaciones civiles del país enemigo, tomar prisioneros y apoderarse de sus riquezas, parte de las cuales debían compartirse con el estado que otorgaba la “patente”. Esto era casi lo único que los diferenciaba de los vulgares piratas, los cuales actuaban como querían, contra quienes les convenía y no eran necesariamente leales a un gobierno. En una posición intermedia estaban los filibusteros o bucaneros, quienes formaban una cofradía desprovista de control gubernamental (“Hermandad de la Costa”) y limitaban sus actos de piratería sólo a los navíos españoles. 
 
Poco supimos de piratas y filibusteros en Arica. Con algo de tolerancia, pues España e Inglaterra estaban en muy malos términos pero no en guerra, podríamos decir que cuando Francis Drake atraviesa el Estrecho de Magallanes en 1579, se inicia la actividad corsaria en las costas chilenas. Luego visitarán Arica otros corsarios ingleses (Cavendish y Hawkins), seguidos por los holandeses y luego los filibusteros y piratas
 
El establecimiento del corso por parte de Argentina y Chile fue vital para conseguir nuestra independencia. Nada mejor que una flota indefinible de esos delincuentes “patriotas” para debilitar la economía del enemigo, por entonces basada en el transporte marítimo. 
 
Gracias a los corsarios, los barcos españoles debían dispersarse por diversas rutas, mientras que nuestras flotas regulares estaban libres para concentrarse y atacar con fuerza el lugar elegido. 
 
La más célebre patente de corso concedida por Chile se materializó en 1817. Tres aventureros porteños con experiencia marítima no guerrera, MacKay (ex-oficial de un barco ballenero escocés), James y un ex-guardiamarina de apellido Budge, reunieron un reducido presupuesto para armar a una modesta nave de 20 toneladas que bautizaron Fortuna y con la debida patente y 25 marineros chilenos, ingleses y norteamericanos zarparon de Valparaíso rumbo al norte. Un temporal había dispersado a un convoy procedente de Cádiz, escoltado por el temible barco de guerra español, la Esmeralda, y en Arica había fondeado la fragata Minerva, de gran tonelaje, numerosos cañones, una abundante tripulación y cargada con grandes riquezas. Unas dos semanas después de su zarpe, los corsarios chilenos abordan por sorpresa y capturan a la fragata española. Al escapar, abandonan a la Fortuna y siguen hacia el norte a bordo de la Minerva. A la altura de Pisco capturan al bergantín Santa María de Jesús y antes de fin de año recalaban en Valparaíso con la nave capturada y su valioso cargamento, festejados por las campanas del puerto y un recibimiento de héroes. 
 
El corso tuvo una tremenda utilidad para la independencia de nuestros países, además de proyecciones que afectan la imagen de nuestros héroes marinos de la época, pues la repartición de las presas se aplicaba también a la marina regular, por lo que nuestro primer Vicealmirante, Lord Thomas Cochrane fue el último corsario que navegó nuestros mares. 
 
El poderío naval 
Declarada la Independencia de Chile en 1810, la Junta de Gobierno estimula el comercio internacional a través de sus puertos, ya intensamente utilizados por contrabandistas ingleses, franceses, holandeses y norteamericanos, pero sin implementar una fuerza naval que impidiera que los realistas utilizaran nuestros mares para las gestiones destinadas a retomar el territorio. El virreinato, más hábil que los inexpertos patriotas, decretó el corso, enrolando a muchos de los contrabandistas. Este error criollo costó carísimo: los realistas bloquearon Valparaíso, llevaron tropas a Valdivia y Chiloé y se tomaron Concepción y Chillán. Más tropas transportadas por mar desde Perú y España, les permitió reconquistar Chile tras la derrota de O’Higgins en Rancagua. 
 
Cuando San Martín nos libera, ya era demasiado obvio que había que conseguir poderío marítimo, tanto para proteger a Chile como para atacar a los españoles en Lima. Recién entonces decretan el corso que habría servido para enrolar a los contrabandistas que atrajo el virrey y tal vez se hubiera salvado a la Patria Vieja. Allí entra a jugar un rol importante la aventura de la Fortuna, pues su buen negocio hizo que se multiplicaron los corsarios chilenos, hasta que obligaron a los realistas a concentrar todo el tráfico en el fuertemente protegido puerto de Callao. 
 
Precisamente al capturar el Santa María, la expedición de MacKay decide volver a Valparaíso pues se entera que en el Callao se preparaba una escuadra para reconquistar Chile por segunda vez. Ésta hace escala en Arica el 14 de diciembre de 1817, donde se embarcan tropas en nueve mercantes escoltados por la famosa fragata Esmeralda, el mejor barco de guerra que los españoles tenían en el Pacífico. Zarpan de Arica rumbo a Talcahuano, habiendo incorporado 1.300 reclutas arequipeños y ariqueños que serían  derrotados en la Batalla de Maipú. 
 
La primera Escuadra Chilena 
Cochrane llega contratado por Chile en noviembre de 1818, con su familia y algunos ex-oficiales navales británicos. En enero de 1819, a bordo del primer buque insignia --la fragata O’Higgins de 50 cañones-- y otros tres barcos, parte con intenciones de atacar Callao, pero no lo consigue a causa de la niebla. Sigue entonces hacia el norte, apoderándose de Huacho y Huara en marzo y Supe en abril, donde interceptó importantes sumas de dinero destinadas al barco norteamericano Macedonian, el cual traficaba a favor de los realistas. Luego despoja de un rico cargamento al bergantín francés Gazelle en Huarmey (a unos 300km al norte de Lima) y sus tropas saquean al puerto de Paita. 
 
Vuelve a Valparaíso y en septiembre zarpa para un segundo ataque a Callao, en el que utilizaría un armamento novedoso (cohetes) que no funcionó. Tras una frustrada expedición al norte, decide volver a Chile para tomarse el poderoso puerto de Valdivia, lo que consigue en febrero de 1820. A fines de ese año, ya formando parte de la Expedición Libertadora y cuando aún no se había conquistado Callao, Cochrane demuestra su temple y audacia capturando en una gestión “de película” a la famosa fragata Esmeralda, la joya de los españoles. Durante la noche y en botes con remos cubiertos de tela para disminuir el ruido, Cochrane y el capitán Guise --otro inglés-- al mando de un centenar de hombres, asaltaron el barco, redujeron a la tripulación, soltaron amarras y lo sacaron de Callao. Esa fue tal vez la gestión más espectacular de Cochrane y uno de los elementos que iniciaron la decadencia del Virreinato a partir de 1821. 
 
El resto de la Independencia del Perú puede leerse en los libros convencionales de historia. 
 
Arica en la expedición libertadora del Perú 
Las páginas precedentes no tienen mucho que ver con Arica en forma directa, pero son necesarias para comprender lo que en nuestra área geográfica, llámese Chile, Perú o Bolivia, sucedió durante los interminables conflictos bélicos del siglo XIX. Volvamos a concentrar nuestra atención en Arica. 
 
Habiendo Cochrane liberado a Valdivia y teniendo tropas en Huacho, el 20 de agosto de 1820 parten de Valparaíso “esas cuatro tablas” de las cuales dependía el futuro de nuestros países. Eran apenas 8 barcos y 16 transportes, al mando de Cochrane, por supuesto. El objetivo era Callao, pero eso tomó su tiempo. En el intertanto, Cochrane decide una expedición al sur y en marzo de 1821 tuvo la mala idea de tomarse Pisco. Aqui hay que introducir a otro personaje inglés fascinante, también amante de la guerra y que teóricamente no tendría nada que hacer en nuestras latitudes:  William Miller. En Pisco, un elevado porcentaje del contingente se enfermó gravemente de malaria y casi muere Miller. 
 
A principios de mayo, el contingente que no tuvo que ser evacuado a Huacho por enfermedad, llega a Arica y baja a tierra el comandante Miguel Soler a exigir la rendición de los realistas, la que es rechazada. A la noche siguiente, Miller y algunos hombres intentan desembarcar en Caleta Quiani (donde hoy están las pesqueras) pero se equivocan, llegan a los acantilados de más al sur y casi se ahogan. Finalmente Cochrane manda a Miller a desembarcar en el Morro de Sama (actual Perú) con unos 40 hombres, los que son luego muy bien recibidos en Tacna, la patriota. Pero esa gestión resulta inútil pues el grueso de las tropas logra al fin desembarcar en Caleta Quiani (actual Arica) en la madrugada del 13 de mayo, al mando del comandante Soler, tomando por sorpresa a las tropas realistas, unos 300 hombres que huyen, se reagrupan en Azapa y son pronto derrotados. 
 
Arica queda desprovista de la protección de los españoles y las tropas chilenas la saquean incontrolablemente, generando entre los ariqueños realistas aun más odio contra los revolucionarios y obligándolos a huir a Humagata, Belén, Socoroma, etc., dejando una ciudad destruida y abandonada. Tal como había ocurrido en Paita, esto enfurece a Cochrane, pero sirve para mostrar que nuestros soldados, sean de la nacionalidad y época que sean, suelen comportarse como salvajes con los civiles de los lugares conquistados. 
 
Los bravos de Mirave 
Mirave es un pueblito del valle de Locumba, a unos 70km de la costa y similar distancia al nordeste desde Tacna. El derecho a llevar este título se lo ganaron unos 500 guerreros chilenos y voluntarios tacneños durante las guerras por la independencia del Perú. 
 
Las tropas que se habían tomado Arica se reúnen con Miller en Tacna, con sus fuerzas engrosadas por militares realistas que se cambiaron de uniforme. Pero el Virreinato no tardó en reaccionar, enviando unos 1.000 hombres en tres grupos provenientes de Arequipa, Puno y La Paz. Antes que se juntaran, 420 infantes, 70 soldados de caballería y 120 voluntarios tacneños al mando de Miller, vencen al destacamento de Arequipa en Mirave, justo cuando vienen llegando las fuerzas de La Paz y Puno, las que se retiran ante las maniobras de Miller, para ser derrotadas un poco más al norte, en Moquegua. Esa campaña acuñó el término de los “Bravos de Mirave”. 
 
Las tropas chilenas, engrosadas con realistas y entusiastas patriotas tacneños, debieron devolverse a Arica para embarcarse apresuradamente porque bajaban del altiplano 1.000 soldados realistas. No habiendo barcos suficientes, la influencia de Miller sobre la tripulación de un barco norteamericano cuyo capitán se negaba a aceptar servir de transporte, consiguió que éste se desembarcara y dejara el barco a disposición de los insurgentes. Los Bravos de Mirave zarparon sólo minutos antes que llegaran a Arica las fuerzas realistas. 
 
Arica, la codiciada 
 
Aunque San Martín ya ocupaba Lima desde julio de 1821, había debilidad en el equipo gubernamental patriota y no se había controlado aun todo el territorio. 
 
En octubre de 1822 Arica tenía una población de unas 2.500 almas. Se hace un nuevo intento por liberarla del dominio realista, con una patética escuadra que ya no contaba con el eficiente mando de Cochrane pues había sido expulsado por San Martín. Un barco casi se hunde, otros dos colisionan, escasea el agua potable, demoran 2 meses en llegar a Arica y no son barridos del planeta sólo porque las fuerzas realistas habían descuidado la costa. El desembarco de los 3.500 hombres fue un ejemplo de cómo no se debe desembarcar a un contingente. Pese a que William Miller estaba presente, el inoperante mando militar a cargo de un argentino (el General Rudecindo Alvarado) actuó con tal lentitud, que las fuerzas realistas de la vecindad se duplicaron. Una vez desembarcados, los patriotas impusieron un gran sacrificio a la población ariqueña para alimentar a una tropa tan numerosa que no hizo nada por casi un mes y finalmente fueron vergonzosamente derrotados cerca de Moquegua y sólo volvió a Lima poco más del 20% del contingente. 
 
Y bueno, ese intento por rescatar a Arica de los realistas merece un comentario por lo que me parece sospechoso de las intenciones de San Martín. Cuando en 1822 le entregó toda la responsabilidad de la lucha independientista a Bolívar, parece que en realidad se marginó completamente de todo eso, pero no sin dejar a un sucesor con instrucciones de ¿dominar? a un territorio que no era prioritario para Bolívar pero que tenía proyecciones favorables para la Argentina, la que por entonces no estaba aún unificada. Copio sin escrúpulos un aporte del Sr. Ulschmidt, asiduo e ilustrado colaborador del blog de Tomas Bradánovic: 
 
Tras Guayaquil y sabiendo que se iba fue que San Martín nombró a Alvarado sucesor y le encargó el ataque a los "puertos intermedios" (de Arica a Ilo, buscando tomar Arequipa y luego Cuzco). Al parecer y sabiendo que llegaba Bolívar, fue un último intento (..de San Martín..)  para que lo que iba a ser Bolivia cayera antes bajo Buenos Aires. Hubo pues unas larvadas ambiciones argentinas sobre Arica también. Pero el plan necesitaba (...que...) mientras se atacaba a la costa... alguna fuerza atacara desde el norte argentino hacia Bolivia, en pinzas. La única fuerza disponible respondía a un tal Urdininea y por más que San Martín le escribió reclamando no consiguió moverlas de Humahuaca. Este Urdininea era nacido en La Paz y sí se movió en 1825 para perseguir a Olañeta, luego se independizó del mando argentino y siguió hacia el Norte, se encontró con Sucre y éste lo incorporó a sus fuerzas. Urdininea terminó siendo el tercer presidente de Bolivia. Entonces pues, un general argentino siendo Protector del Perú y debiendo ceder su puesto a un colombiano ordena una última campaña para inducir que los territorios al sur caigan bajo su país de orígen y un oficial altoperuano en Argentina se queda quieto, no lo apoya y cuando al fin se moviliza deserta del bando argentino y se pasa a la naciente Bolivia de Sucre. Es que todos a la vez que peleaban por la Independencia iba prefigurando sus futuras patrias locales”
 
Interesante proposición de algo que no habría sido maligno en esos tiempos y que, en mi opinión, para nada opaca a la honestidad y decencia de mi Gran Héroe del Centro-Oeste Sudamericano: don José de San Martín, el verdadero Padre de la Patria de lo que con el tiempo resultó ser Chile. Es que por entonces nada estaba definido más que por las armas, pero el supuesto afán de San Martín no era esencialmente criticable. Punto final: el destino de Argentina, Perú, Bolivia y Chile se definió claramente con el tiempo, pero hubo otras alternativas no políticamente malignas ni expansionistas, como cuando mi tátara, tátara y recontra tátara abuelo Francisco de Aguirre fue, en términos políticos, administrativos y seguramente abusivos, “dueño” de Tucumán (hoy argentino)... 
 
Ocho meses después del fustrado intento de Alvarado por dominar a Arica, en junio de 1823, se hace un nuevo intento por conquistarla, pero esta vez vienen al mando personajes más conocidos, aunque no demostraron ser más eficientes: el General Andrés de Santa Cruz (peruano y boliviano según su conveniencia) y el Coronel Agustín Gamarra (peruano pero colaborador con los chilenos cuando le convino), quienes con el tiempo serían grandes enemigos. Tiendo a echarle toda la culpa a Santa Cruz, porque me parece un personaje fatuo, demasiado ambicioso e intrigante. No me importa su condición de mestizo, pero la pomposidad que imponía a sus acciones sugiere mediocridad. 
 
Pues esa vez la ocupación de Arica no presentó problemas. Un valiente pero ineficiente intento de resistencia lo protagonizó un grupo de civiles liderados por Julio Butrón de Chaca y Antonio Pérez de Belén, fácilmente aplastados por un escuadrón de caballería. Tras eso, el lampiño Santa Cru decide desembarcar con gran pompa, fanfarria y otros adjetivos peyorativos, vestido como animador de circo y acompañado de 120 soldados de su guardia personal que parecían payasos vestidos al estilo de la guardia de Napoleón. 
 
En lo concreto, mis presunciones derivadas del estilo del ridículo pero ambicioso Santa Cruz se confirman: una dudosa victoria sobre los realistas en el altiplano, la deliberada exclusión de Sucre --a quien dejó que esperara en Arequipa y luego en Puno la autorización para entrar en acción, lo que nunca envió-- para quedarse con el mérito del triunfo que esperaba conseguir y tras la derrota final, una vergonzosa huida por Ilo y Arica de poco más de la sexta parte que quedó de los 4.500 efectivos de la expedición. 
 
Al embarcarse en Arica con los patéticos restos de su contingente, volvió a exhibir a su siútica guardia, lo que no hubiera hecho un hombre eficiente aunque hubiera triunfado. 
 
Un año y medio después, el 9 de diciembre de 1924, Sucre y Miller derrotan definitivamente al Virreinato en la batalla de Ayacucho y la noticia oficial de la independencia del Perú llega a Arica a principios de 1825. 
 
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