1) Hace muchos años, antes de saber que los caballos no son máquinas de respuestas predecibles, galopábamos con entusiasmo por un sendero del valle de Lluta con un amigo. En cierto lugar el sendero llegaba a un espacio abierto sin una precisa indicación (para el caballo) de que proseguía algunas decenas de metros más allá. Esperando que el animal lo comprendiera, no me preparé para un brusco giro del caballo hacia donde creyó que debía ir (ni supe abortarlo impidiéndole girar las ancas con mi talón externo) y ni me dí cuenta cuando ya estaba en el suelo y el caballo, liberado, corcoveaba de lo lindo. 
 
2) Otra vez, cuando el hipódromo local agonizaba, tratamos de ayudarlo con un espectáculo original: descendíamos en paracaídas y luego corríamos una carrera de jinetes-caballeros. Parece que fue a la tercera vez cuando me pareció que mi caballo se acercaba peligrosamente a la cerca interior al entrar a tierra derecha. Galopando parado en los estribos pues la silla es pequeñísima y sujetándome con las rodillas y movimientos acordes con el ritmo del caballo, no supe alejarlo de la cerca con los estímulos adecuados, perdí el ritmo y la cincha elástica cedió, la silla se deslizó hacia un lado y quedé con un estribo abajo y otro tan arriba que tuve que dejarlo. Tras afirmarme de la tuza, improvisé como pude una caída de aterrizaje paracaidística con cierto éxito y por suerte los caballos que iban atrás no me pisaron. Atrás nos seguía una ambulancia y me invitaron a abordarla pero, orgullo de porfiado, no lo acepté y llegué hasta la meta trotando a pie. Es que no hay que dejarse dominar por  las adversidades de la equitación. 
 
Moraleja:  riendas, piernas y piernas. No permita que éstas pierdan el contacto con su caballo, aunque esté corriendo a galope tendido. Si lo hace, el animal va por y hacia donde le parece más natural. Otra: no deje de pensar como caballo. 
 
3) Había una yegua que me encantaba y con ella atacaba a los perros que le ladraban. La estaba galopando en pelo sin ser eficiente en la técnica, cuando apareció un perro temible para ella y la hizo saltar a un lado y yo seguí hacia adelante, caí sobre una piedra y me fracturé una costilla. ¿Mi pecado?: no tener a mis piernas bien adosadas al caballo, algo en lo que insisto majaderamente. Aunque bien adolorido, ya sabía que debía volver a montarla de inmediato, pero que me dolió, me dolió. 
 
Moraleja: no sobreestime su capacidad ni subestime la posibilidad de una reacción inesperada de su caballo. aun hoy palpo el callo de fractura que me quedó y le agradezco la lección. Si no está seguro de su capacidad, no deje de afirmarse de los pelos de la tuza, con o sin montura. 
 
4) Ya de alumno en el centro ecuestre, monté por primera vez a un caballo que no conocía. Después supe que lo tildaban de “rompe-coxis”. Me habían pedido una maniobra y ya trotaba tranquilamente para reunirme a la tropa, cuando de pronto se aceleró como iniciando un galope, bajó la cabeza hacia un lado, corcoveó y me lanzó en un salto mortal por sobre su cabeza y aterricé golpeándome la espalda. Ha sido mi peor porrazo, pero no he sido el único en experimentarlo con ese animal. Después supe que era una maña del caballo que se repite cada vez que lo montan (aunque no cuando lo hace mi instructor, lo que demuestra que en la equitación el “feeling” y el “savoir faire” son tanto o más importantes que en el velerismo, el motocilismo o cualquier otro deporte en el cual Ud. esté a bordo de un ente o máquina que tiene su propio genio) y que también puede aparecer cuando el caballo cree o siente que el jinete no lo está controlando. Por cierto, volví a montarlo de inmediato, pero me dejó dolorosos recuerdos por un par de semanas. Seguí montándolo en otras ocasiones, pero ya estaba advertido de su truco y pude abortarlo cuando lo intentaba. Ese animal necesita saber que, a través de la permanente reiteración de estímulos con las riendas y piernas, porta a un jinete que lo manda con firmeza. 
 
Moraleja: no monte caballos desconocidos sin informarse de sus mañas. Nunca se descuide (no pierda el permanente contacto con el caballo) pues el animal más pacífico puede de pronto querer liberarse de la carga. Tal vez el “rompe-coxis” no le corcovea a mi instructor porque éste lo mantiene permanentemente controlado con sus piernas y reconoce a tiempo los primeros indicios de la secuencia del animal y los corrige de inmediato. 
 
5) Una de las más pacíficas de las yeguas del centro ecuestre donde pretendo aprender a cabalgar como se debe, le teme al ruido de los camiones cuando pasan el cambio de velocidades. Me gustaba soportar el saltito que daba hacia un lado, pero quise quitarle la maña. Deliberadamente la dirigí a una esquina del rectángulo para acorralarla en el preciso momento en que sabía que se asustaría, para impedirle el salto. Resultado: se paró de manos. En general, los caballos tienden a girar a la izquierda cuando hacen un “Bernardo O’Higgins”, pero no le había dejado espacio para hacerlo y temí que se cayera hacia ese lado, por lo que preferí dejarme caer para liberarla. Mala idea, pues me caí hacia la izquierda precisamente: por fortuna no me pisó. 
 
Moraleja: no acorrale a su animal sin posibilidad de un escape controlable, pues, sin éste, puede caer sobre Ud. y/o expresar una violencia impresionante. Otra vez, piense como caballo y sepa que ellos también pueden sentir claustrofobia y no les cuesta hacerlo, créame. 
 
6) Este no fue un porrazo mío sino de una valiente dama que confiaba en nuestra capacidad para instruirla, por lo que lo asumo con más dolor que el que ella sufrió, sin lesiones por suerte. Ella sabía tomar bien las riendas y galopar con la eficiencia de un principiante. Nos acompañaba Paula, mi hija mayor, también principiante por entonces y mi amigo Carlos. La lección del día era que, cada cierto tiempo con Carlos y previa advertencia, partíamos al galope para obligarlas a contener a sus caballos y lo hacían bastante bien, hasta que, desde un terreno plano, vimos a los hijos de un amigo observando el paisaje montados en la cima de una pequeña colina. Carlos y yo la subimos al galope sin aviso previo y los caballos de ellas no tardaron en seguirnos. El galope por una pendiente ascendente es duro y desestabilizador y nuestra alumna no tardó en caerse sin que su caballo hubiera hecho más que lo que le parecía obvio: seguirnos. ¿Porqué se cayó?: porque no estaba preparada para esa instancia. ¿Porqué se dió esa instancia?: porque ellas no pensaron como caballo y no gestionaron a tiempo las maniobras para mantenerlos en el plano. 
 
Moraleja Nº1: nunca se descuide, siempre piense qué es lo que el caballo hará ante un evento inesperado y manténgase siempre en condiciones de controlarlo. Abortar una gestión no comandada no es difícil y ellas ya sabían cómo hacerlo, pero controlar a un caballo que ya ha decidido por sí mismo lo que quiere hacer requiere mucha más capacitación. Simplemente, ellas se comportaron como si estuvieran montando bicicletas... 
 
Moraleja Nº2: si Ud. es un jinete eficiente y monta con principiantes, deja de ser un buen jinete si no cuida a sus acompañantes y otra vez, si no piensa como los caballos de ellos. Prácticamente todo lo que Ud. haga con su caballo tendrá un efecto predecible sobre los otros y es su obligación tenerlo muy presente. 
 
7) Otro porrazo no mío pero que me dolió mucho, pues fue consecuencia de la violación de todas las normas de seguridad que propongo. Estando yo ausente, un adulto que alguna vez fue un buen “saltador” (para no otorgarle el título de “jinete” que requiere mucha más preparación) usa a mis caballos para pasear con su hijo (buen saltador y en vías de aprender a ser jinete). Salen a pasear por los caminos de tierra que rodean a mi parcela pero, no familiarizados con mis monturas troperas y otras no chilenas, deciden hacerlo montando a pelo y el muchacho en la impredecible Sumalla. Ninguno de los dos tenía experiencia en cabalgar sin montura y ambos asumieron que si la Sumalla parece tranquila cuando la monto es porque es “mansa”. Pues no cabalgaron más de 100m cuando un portón que se abre de improviso lanza a la Sumalla a una huida violenta y obviamente el muchacho se cae, sin las graves consecuencias que pudo tener. 
 
Moraleja Nº1: repito, no sobreestime su capacidad ni subestime la posibilidad de una reacción inesperada de su caballo. La Sumalla arranca con tal violencia que yo, no versado en la monta en pelo, me caería inevitablemente. 
 
Moraleja Nº2: repito otra vez, no monte caballos desconocidos sin informarse de sus mañas. 
 
8) Mi antepenúltimo porrazo, bien suave por suerte y culpa mía por no hacer caso a mis propios consejos. Por una circunstancia especial, montaba a una yegua que conozco muy bien, en una montura tropera con estribos de acero sin piso de goma y botas de suela de cuero. Muy mala combinación, pues es resbaladiza y cuesta mantenener los pies en la posición adecuada (los pies apenas introducidos en los estribos y los talones apuntando al suelo). No sé casi nada de saltos de valla, pero me encanta saltar acequias o surcos. Los accidentes suelen ser producto de varios factores y a lo descrito se agregó que habíamos cabalgado una hora por pastizales con arbustos y el rocío había humedecido a mis suelas. Pues galopábamos por un pastizal un tanto irregular y se aparece una zanja algo ancha y con bordes elevados. Nuestro instructor buscó el espacio más benigno para cruzarla, pero yo me dirigí a otro más exigiente. La yegua, que tiene un galope duro, saltó lindo y mi gestión me parecía adecuada, pero al aterrizar se me resbaló un estribo y quedé montado pero muy inclinado lateralmente. “Me caí”, dije antes de renunciar a la monta y fue una caída suave, aunque los garabatos que me dediqué no lo fueron. 
 
Moraleja: Si no se siente cómodo con sus aparejos (y aun más, si éstos no funcionan en la forma habitual por la humedad en este caso), sea más prudente y no intente hacer lo que le resulta cuando está bien montado 
 
9) Mi penúltimo porrazo tiene algo que ver con el anterior y no contaré el último pues no enseña nada. Montaba a mi yegua con una silla de salto. Antes ella estaba algo obesa y le tuve que poner una cincha más larga que la habitual (las sillas inglesas tienen hebillas, no amarras de cuero crudo como las chilenas, lo que hace que el rango de ajuste sea algo limitado). Pero la hemos hecho bajar de peso y la cincha larga le está quedando un poco grande, pero la “normal” aun no la cruza. Entonces alguien me regaló una especie de mandil de algo como plumavit y era tercera vez que lo usaba, para elevar la silla. Pero el maldito se aplasta a medida que cabalgamos y la Sumalla hincha el abdomen cuando la encincho y tal como era norma cuando la caballería era Arma Militar, tras unos 10-15 minutos minutos desmontaba para ajustarla. 
 
Ya era tiempo de hacerlo, pero galopábamos por un estrecho camino de tierra que termina en otro camino transversal y debíamos hacer un cerrado giro de 90º galopando más o menos rápido, lo que tiene alguna exigencia en caminos estrechos y la meta era no dejar que los caballos reducieran el aire a un trote, para entrenar a mi hija Paula y al Jisk’a de mi nieto que ella montaba, ambos aun no muy versados en maniobras de cierta exigencia. Yo sabía que mi silla estaba algo suelta y con mi cuerpo la recolocaba con la intención de reajustarla después de la curva. Pero en medio de ella se aparece un camión que ocupaba toda la pista (lo que nunca ocurre en ese lugar), la Sumalla algo hizo que no alcancé a comprender y la silla se deslizó hacia su flanco y arrancó aterrada. Resultado: no me pude mantener a bordo, me caí, sufrí una erosión y contusión en una rodilla que me dejó un gran moretón y me dolió por 10 días, otra contusión en el hombro y un golpe en la ceja que generó un moretón palpebral. A la semana el hematoma de la rodilla amenazaba con infectarse y tuve que recurrir a los antibióticos. Mi regalona huyó despavorida y el Jisk'a la hubiera seguido como siempre lo hace si Paula no lo hubiera controlado de una manera que me hizo sentirme orgulloso de ella. Al rato, la Suamlla volvió, con una ación desprendida (benditas sean la sillas inglesas, las que tienen un mecanismo que desprende la ación de la silla ante una fuerte tracción hacia atrás) y el otro estribo ("quick-out", descrito en la sección “Estribos”) se abrió y me liberó. Sin eso, tal vez habría quedado atascado, la yegua me habría arrastrado y no estaría contando el chistoso cuento. Seguimos cabalgando por horas y yo contento que esto hubiera pasado pues fue por negligencia mía y más contento de que Paula lo hubiera visto y comprendido. 
 
Moraleja Nº1, repetida para que quede claro: si no se siente cómodo con sus aparejos, sea más prudente y no intente hacer lo que le resulta cuando está bien montado, o mejor corríjalo de inmediato. 
 
Moraleja Nº2: Una cincha suelta es muy peligrosa, especialmente al galope y en un giro brusco. Es segunda vez que me sucede lo mismo y les aseguro que no habrá una tercera. Si la silla no está firme y cualesquiera sean las circunstancias, deténgase para ajustar la cincha. Las monturas son mucho más cómodas que montar sin ellas, pero sólo son seguras si están bien firmes sobre el lomo del caballo. 
 
Moraleja Nº3, aunque esta vez no me haya afectado severamente: use siempre un casco. Las más frecuentes consecuencias graves de una caída se deben a la cabeza golpeando el suelo. La cabeza es muy pesada por lo que aunque uno caiga sobre un costado ésta suele golpear el suelo y si mi ceja hubiera caído sobre una piedra, prefiero no imaginármelo. Como creía que mis probabilidades de caerme una vez más eran mínimas, usaba un sombrero de alas anchas. No es un gran pecado si sólo sale a “andar a caballo”, pero si se va a involucrar en maniobras más exigientes o en un caballo difícil, a menos que sea en la playa, use un casco aunque se vea ridículo y los campesinos se rían de Ud. En general ellos sólo cabalgan o hacen maniobras no peligrosas sobre un terreno blando. Pero otra cosa es exigirse a sí mismo y al caballo en terrenos con piedras, grandes rocas o caminos estrechos con cercas sólidas. No es razonable que usara siempre un casco en el benigno Centro Ecuestre (por norma) y un simple sombrero subiendo y bajando cerros con piedras y ejercitándome en maniobras más peligrosas en el campo. Rara vez es dramático quebrarse cualquier hueso, pero los de la cabeza son sagrados y hay que protegerlos. 
 
Moraleja Nº4: No se crea invencible. Si monta por deporte en vez de sólo pasear a caballo, le esperan más porrazos. Un mes antes mi nieto se cayó al intentar un salto de valla que no manejó bien. Cayó por delante del caballo y éste, en vez de saltarlo, se quedó pataleando sobre él. Hay chalecos reforzados que le hubieran evitado un traumatismo toráxico grave si lo hubiera pisado. Considérelo. Por último, si ha de montar en serio, use estribos de seguridad. La equitación exigiente es harto más riesgosa que el motociclismo. 
 
No quiero asustarlo con todo esto. Un simple paseo a caballo en la playa o en terreno blando no tiene muchos riesgos, pero si quiere sentir fluir la adrenalina de la monta exigiente, no lo haga como el campesino que va simplemente a laborar su tierra: protéjase con todos los implementos diseñados para ese propósito. 
 
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