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Pictografías de Arica y su Hinterland y una licencia literaria 
 
Sería lato describir las numerosas pictografías (dibujos en cuevas y aleros) del territorio ariqueño (XV Región). Muchas de ellas son poco espectaculares y no las mencionaremos o están muy dañadas y no las mostraremos. Entre las más espectaculares están las de varios aleros en la Pampa del Muerto (Copaquilla, entre la Cordillera y la Precordillera), las de Incani y Wilakawrani cerca de Putre (Cordillera), las de Mullipungo (Altiplano) y otras que no hemos documentado en este e-book. 
 
En general se piensa que las pictografías fueron creadas por cazadores de las tierras altas durante el Período Arcaico, pero hubo muchas en la costa, hoy deterioradas: en La Capilla al sur de Arica (Lat. 18°32'16.11"S, Long. 70°19'26.06"O), en Camarones (coordenadas de la playa: Lat.19°11'47.09"S, Long. 70°16'5.57"O), en Siciliani (Lat. 18°47'35.23"S, Long. 70°21'23.54"O, una minúscula caleta un poco al sur de Caleta Vitor) y en la cabecera de algunos valles y en el Altiplano. 
 
Caleta Vítor. Entre las pictografías costeras que merecerían ser visitadas si no hubieran sido tan victimizadas están las de Caleta Vitor (Lat. 18°45'33.12"S, Long. 70°20'16.28"O). Esta es una encantadora caleta con abundante vegetación ideal para paseos campestres, una linda playa no apta para nadar ni para desembarcar pero muy apreciada por los que practican la pesca de playa y con un buen acceso vehicular a unos 80km en automóvil al sur de Arica. 
 
Fotografía captada desde las ruinas de la explotación minera de San Carlos, en el extremo norte de la playa. Ésta funcionó hasta los años '90. Allí se lixiviaba mineral de cobre y quedaron residuos que se consideran potencialmente dañinos para el vecindario.
 
 
Hay allí remanentes de asentamientos precerámicos y ulteriores, un par de túmulos funerarios no prospectados hasta el 2013 pero parcialmente dañados por los intrusos 
 
Túmulos funerarios.
 
En una visita que realizamos con Oscar Espoueys y otros arqueólogos encontramos esta punta de proyectil en la superficie. No excavamos (¡prohibido!) y entregamos el objeto al museo Arqueológico de Azapa.
 
y restos de una posición militar destinada a impedir los desembarcos de los peruanos desde la estúpida amenaza de guerra de principios de la década 70 del siglo pasado. 
 
En cuanto aparece el acantilado al sur de la playa se encuentra a un par de aleros con pictografías muy dañadas pero algunas identificables. 
 
Mi hija Valeria en uno de los dos aleros con pictografías accesibles al público.
 
Un poco más al sur, en un panel rocoso que domina a un pequeño asentamiento con unos pocos recintos funerarios perturbados, hay pictografías bien conservadas pues el público no las ha identificado y por lo mismo me guardaré sus coordenadas. Hay otros extensos remanentes arqueológicos que el público apenas identifica. 
 
Pictografías a salvo de los vándalos. Llegar a ellas no es fácil precisamente.
 
Dedicar un día a pasear por el lugar vale la pena, pero no puedo evitar recordar algunas aventuras personales intensamente vividas en el lugar y no habiendo espacio para describirlas en otra sección dada la estructura de este e-book, relato aqui sólo algunas de ellas para que el lector comprenda mi fascinación por la “aventura de ser ariqueño”. 
 
Divagaciones asociativas: aventuras en Caleta Vitor 
Condiciones geológicas y meteorológicas peculiares hacen que en la rada de Caleta Vitor soplen vientos muuuy intensos. Cuando en Arica teníamos a una entusiasta flota de yates que gustaba de largas travesías costeras al sur y esforzadas regatas, Caleta Vitor era un punto intermedio donde recalábamos para pasar la noche, tras seis o más horas de navegación contra el viento. Al llegar a la rada el viento se hacía tan agresivo que debíamos tomar dos paños de rizos y aun así solíamos cruzarla hasta el precariamente protegido límite sureño con una o ambas velas gualdreapando casi libremente. El fondeadero era precario y durante la noche los yates garreaban o giraban en cualquier dirección por los vientos cambiantes, a menudo golpeándose los unos a los otros: los capitanes simplemente no podían dormir. 
 
Desde la amenaza de guerra de los peruanos en la década de los ‘70 hasta el año 2003, fue un recinto militar, modesto pero agresivo. En una oportunidad, navegando con destino a Iquique en mi yate “Etcétera” (un J-24), arreció el viento y el mar se puso tan bravo que quise buscar refugio en la caleta, pero en cuando intenté tirar el ancla me empezaron a disparar con fusiles y con las balas impactando la superficie del mar a cierta distancia de mi yate, tuve que huir muy asustado y obligarme a enfrentar a  un mar abierto endemoniado. 
 
Algunos años antes recién se iniciaba el hoy fenecido boom de veleros de Arica, con la construcción de una docena de yates de 21 pies de diseño ariqueño, los “Ariplas”, asombrosamente estables y versátiles y que siguen aun mostrando su inesperada bondad al mando de capitanes hoy más prudentes. 
 
Un ejemplar de Ariplas “convencional”.
 
El primero de ellos en caer al mar fue un experimento: un pequeño barco pesquero sin cabina con el fin de dejar espacio al depósito de peces pues pretendía servir a los pescadores artesanales, con sólo dos cuchetas a proa protegidas por una corta cubierta, un precario mástil de lightning y velas de la misma clase, absolutamente insuficientes para la eslora del barco y el diseño de su casco. Fracasado el experimento pesquero, lo compramos con dos amigos con quienes compartíamos nuestra aficción por el paracaidismo, el buceo deportivo y el ciclismo, además de los caballos. Lo bautizamos “Pierna Suave” y era un esperpento, pero era nuestro. 
 
Había otra media docena de veleros de muy diferentes tamaños y características y capitanes con mucho entusiasmo. Un buen día, antes de la ocupación militar de Caleta Vitor, organizamos la primerísima y primitiva regata de Arica, sin handicap siquiera. Destino: Caleta Vitor. Partida: Viernes Santo. Retorno: domingo siguiente. El plan era pernoctar acampando en Caleta Vitor la noche del viernes, holgazanear y hacer un gigantesco asado comunitario con los familiares de los tripulantes de los seis yates, quienes se nos unirían viajando por tierra y luego correr una regata de retorno en cuanto apareciera el viento, poco después del mediodía del domingo. 
 
Por entonces yo había sido recién investido con la categoría de Supervisor de Paracaidismo Deportivo, uno de los siete que había en Chile y que implicaba la máxima autoridad técnica civil en la materia. Sólo los Supervisores podían autorizar saltos en lugares no predefinidos por la Dirección de Aeronáutica Civil y dado nuestro entusiasmo yo ya había ido a y sobrevolado Caleta Vitor para evaluar los múltiples parámetros necesarios para programar un salto en el lugar y con ellos había obtenido la autorización para realizarlo con paracaidistas de cierta calificación. Pues mi tripulación, un colega y un industrial panadero, cumplían con los requisitos pero no sospechábamos que los necesitaríamos. 
 
Pues la regata partió como se esperaba pero nosotros no logramos llegar a Caleta Vitor. El Pierna Suave embarcaba y embarcaba agua, ciñiendo (navegando contra el viento) contra un mar golpeador, cientos y cientos de litros de agua que apenas conseguíamos achicar. Así, con sus ridículas velas, el yate sólo resbalaba (derivaba) arrastrado por el viento en vez de avanzar hacia el sur (ganar barlovento). Antes de medianoche, en medio del mar, el viento despareció, algo pudimos dormir y sabíamos que el viento no retornaría hasta el mediodía, por mucho que azotamos al mástil para llamarlo. 
 
¡Magno problema pues a las 9 horas del día siguiente mi colega y yo debíamos asumir nuestro turno en el Servicio de Urgencia! Pensábamos llegar a Caleta Vitor la noche anterior, volver a Arica por tierra, asumir nuestro turno y temprano el domingo volver por tierra a la caleta para aparejar nuestro yate. Pues sólo al mediodía del domingo un zodiac llegó para remolcarnos a nuestro destino y no asuminos nuestro turno sino que a las 16 horas. Grave, ¡muy grave aunque involuntaria e inesperada falta para médicos de urgencia! y no tuvimos ninguna duda de que quienes debían relevarnos el domingo nos castigarían llegando muy tarde, tanto que no alcanzaríamos a volver por tierra a la caleta a tiempo para partir con la flota para la regata de retorno. Entonces, temprano el domingo activamos el plan de Saltos Especiales con la Dirección de Aeronáutica y comprometimos a un piloto amigo. 
 
En cuanto salimos del turno abordamos el avión al mediodía, un Cessna 206 ya preparado para el salto y 20 minutos después saltamos bien alto (7.500 pies) y bien lejos de la playa, sobre el mar, para evaluar lo que fuera evaluable de nuestro aterrizaje durante una caída libre de 30 segundos. 
 
Caída libre con aparejos ya anticuados. Cuando se la domina, no hay serena emoción más intensa que esa.
 
¡!Qué espectáculo descender a 150km/h sobre el mar cerca de un alto acantilado que se nos acercaba vertiginosamente, abrir el paracaídas a la altura de éste y luego programar cuidadosamente el más suave descenso para no caer al mar ni sobre los árboles del otro lado de la playa! Lo hicimos bien, nos desnudamos en la playa (nuestras familias recogerían los paracaídas), nadamos hasta nuestro yate y partimos detrás de la flota pero nuestros conocimientos del régimen de vientos del lugar nos hicieron elegir el derrotero más apropiado hasta que pudimos hizar a nuestro minúsculo spinnaker y ¡ganamos la regata!, venciendo a yates de 30 o más pies de eslora... 
 
El 2009, visitando el lugar con la familia “joven” y amistades que nada sabían de mis lazos con Caleta Vitor, reviví en silencio todas esas aventuras y me ví descendiendo inesperadamente del cielo como mis relaciones de antaño nos vieron. Sentí como si lo estuviera viviendo al brusco tirón y al trueno que provocaba la apertura de los antiguos Paracommander Competition, que se abrían como la brusca florescencia de una flor con el tricolor patrio. Sin que nadie lo entendiera entonces, abrí un cerveza, le dí de beber a la Pachamama y antes de brindar por mis recuerdos calladamente grité ¡Gracias Arica! 
 
En septiembre del 2013, elaboré en mi Facebook un álbum público con unas 50 fotografías,  “Arica Profunda 6” y sugiero que lo visiten. Y bueno, hubo luego un par de vistas más recientes, como la de mayo de 2019 con mi hija mayor, Paula y mi genial  pareja, Patricia Osorio. 
 
Esa es mi tierra, llena de atributos propios y que colma mi alegre bagaje de vivencias. No todo es aventura cultural. El vocablo Arica, si pudiera encontrar cómo hacerlo, lo traduciría como “territorio de interminables aventuras en todos los ámbitos”. 
 
Ya no navego ni vuelo aviones ni salto en paracaídas ni buceo ni cruzo sus parajes en todos los vehículos imaginables, excepto mis zapatillas, mi 4x4 y mis caballos. Es lo que hoy me apasiona. ¿Qué será mañana? En Arica, todo es posible...  
 
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