El valle de Camarones 
 
Camarones es el valle desconocido. Los pocos mapas oficiales que he conseguido son tan primitivos e inútiles para mis propósitos como dibujos para niñitos de parvulario. En este territorio propiedad de Chile donde lo militar pesa tanto que parece que todos los mapas detallados de la carretera Panamericana al este son secretos militares. Por suerte desde hace años contamos con Google Earth... 
 
A continuación, relato mis primeras visitas al valle y lugo dos más recientes y penosas (años 2013 y 2019). 
 
Primeras visitas (años 1999 y 2001) 
 
Una vez pregunté a Carabineros de Chile en Cuya hasta dónde podía llegar por el camino a Camarones; ellos me remitieron a un muchachito civil que andaba por allí y terminaron comunicándome que sólo hasta Camarones podían llegar los vehículos. Pues ese mismo día me aventuré por el valle y comprobé cuán equivocada puede ser la información que se le entrega al chileno común y corriente cuando quiere salir del camino pavimentado. 
 
Es toda una aventura meterse a un valle acerca del cual pocas personas a mi alcance sabe algo  concreto. Para empezar, no es cosa de partir de Cuya al oriente. El camino a Camarones parte de donde mismo empieza la primera curva que marca el descenso de la cuesta de Camarones y su comienzo, antes absolutamente invisible, sin ningún letrero, aviso, señal o huella perceptible, había que adivinarlo saliéndose del inicio de la curva hacia el este, como quien quiere tirarse barranco abajo. 
 
La primera vez partí solo (año 1999), por temor a arriesgar a mi familia por caminos desconocidos que pueden estar en mal estado. El camino de tierra, en regular estado, desciende hacia el valle por la ladera septentrional hasta un punto muy cercano al sitio arqueológico de Conanoxa, donde se bifurca: un brazo de buen aspecto, enfatizado por un gran letrero en ruinas e ilegible, vira hacia el oeste y llega a un predio particular, con otro brazo secundario de dudoso aspecto que continuaba quién sabe hasta dónde hacia el poniente. El otro, de igual calidad pero con un poco más de huellas parcialmente borradas por el viento, vira al oriente y es el correcto, según un pequeño, oxidado y poco legible letrero ubicado en una posición ambigua. 
 
Pronto aparece el valle (foto), el camino se hace casi una huella y me empiezo a preguntar si no me habré pasado una bifurcación apropiada, cuando se divisa el caserío de Camarones en la ladera meridional del valle, al otro lado del río y de un vasto terreno pantanoso cubierto de Equisetum sp. (yerba del platero o cola de caballo) y otras plantas propias de la naturaleza del suelo. 
 
Hacienda de Camarones 
 
Aunque siento atracción por lo antiguo y autóctono, me gustó Camarones, un pueblo que refleja(ba) con fuerza los beneficios de la buena administración, aunque a un costo alto para mi anticuada escala de valores: la homogeneización del “ser chileno”. Es un pequeño poblado de precioso entorno, con gigantescos molles o pimientos rosados (Schinus molle) (foto), que huele a prosperidad y donde lo antiguo contempla, digna y orgullosamente de arriba hacia abajo y pese a su abandono, a la modernidad actual fruto de la inversión fiscal. En efecto, en una planicie se oxidan antiguas máquinas agrícolas, se calcina al sol un inmenso depósito de cenizas de quien sabe qué y se van desgranando las ruinas de construcciones abandonadas --la antigua escuela, una casona de aspecto señorial y otras que pudieron haber servido intereses comunitarios-- y cuya prestancia se sigue imponiendo a la austera y fome modernidad de las casas construidas en el plano, todas iguales (foto). 
 
La Hacienda la incicia un particular y en 1929 la adquiere el Gobierno de Chile y luego la entrega a la Caja de Colonización Agrícola de Arica. En consecuencia es un asentamiento contemporáneo, antes con actividades agropecuarias y hoy dedicado principalmente al cultivo de alfalfa 
 
Encontré de todo en Camarones, menos gente. Una chancha me reprochó haber alborotado a su camada con mi pasar; un perro me ladró; maquinaria agrícola diversa y en buen estado estaba repartida en la plaza, incluyendo un moderno tractor (foto); un centro comunitario bien pintado, resguardado por un cañón de quien sabe qué antigüedad (foto), ostentaba una moderna piscina con un estupendo sistema de filtro; una casa como las demás (Nº20) pero con antenas que parecían portar dibujos geométricos, anunciaba ser Radio Principal FM y más allá verdeaba una magnífica cancha de fútbol con arcos pintados de blanco. Las dependencias municipales, impecables por fuera, como todo lo que parece de responsabilidad comunal, estaban tan desiertas como parecía estarlo el pueblo entero. Las casas, de tabiques y en buen estado, con algunas mejoras de adobe o material más ligero y/o oxidado, están dispuestas en calles ordenadas al estilo de barrio burgués urbano, pero engalanadas por el verdor de los predios circundantes y los inmensos pimientos del lugar. 
 
Durante mis primeras 36 horas en el Valle Camarones sólo intercambié dos palabras con el único humano que me habló: una señora que regaba su jardín exterior con una manguera y con quien hubiera querido tener oportunidad de conversar, pero tras responder de la misma forma a mis “buenos días”, entró a su casa y no la volví a ver. Recorrí todo el pueblo y ante la ausencia de población humana, partí hacia el interior del valle. En el siguiente día y medio, en estrechos caminos despoblados que en la vecindad de Codpa o en Chiloé obligan a un saludo y a un cortés intercambio de palabras, me habría de cruzar con unas pocas camionetas tripuladas por habitantes del lugar y nadie respondió a mis “buenas tardes”. Lo mismo me ha sucedido en ese valle en visitas ulteriores, con la excepción de un cordial intercambio de palabras con un par de niños (foto). Los adultos tendrán sobradas razones para desconfiar de los visitantes citadinos, pienso yo, o tal vez la modernidad les ha extraviado la capacidad de reconocerse como entes particulares de una sociedad que debiera ser pluralista en lo cultural y en lo relativo a estilos de vida; allá ellos y los responsables de su genio. 
 
Debo dejar en claro que mi primera visita a la parte occidental del valle me impresionó por su belleza, el orden de sus predios, la modernidad que se adivina (paneles solares en los más humildes ranchos) y su riqueza histórica y arqueológica. Me hubiera gustado, por ejemplo, visitar Conanoxa, un lugar de gran interés arqueológico, pero no hubo nadie ni nada que me diera información al respecto así es que tendré que obtener sus coordenadas del mejor mapa de Arica y vecindario que dispongo, el de Google Earth e ingeniármelas con mi GPS para llegar. Pero lo que quiero decir es que el Valle Camarones es una joya a la cual los chilenos no saben siquiera cómo llegar. 
 
Taltape y sus petroglifos 
 
Desoyendo el consejo de Carabineros, me aventuré por un estupendo camino de tierra hacia el oriente, hasta que en Taltape el valle se empieza a estrechar hasta el punto de transformarse en una garganta que sólo deja pasar el río y el camino se hace “Privado, Prohibido ocupar los corrales o estacionar todo tipo de vehículos”. 
 
Poco antes me encontré una sorpresa: el Viejo Cuartel, una antigua construcción limpiada, hermoseada y destacada por los alumnos del Liceo Santa María de Arica (foto). El lugar fue ocupado por las tropas del Gral. Hilarión Daza, Jefe Supremo del Ejército Aliado y Presidente de Bolivia en virtud de un golpe de estado, el 13 de noviembre de 1879. Según lo acordado en Arica con el Presidente peruano don Mariano Ignacio Prado diez días antes y al día siguiente de la toma de Pisagua por los chilenos, había partido de Tacna vía Arica con una selecta y leal tropa de 2.500 (¿3.000?) bolivianos guiados por el coronel tacneño Gregorio Albarracín, muy conocedor de la ruta, para reunirse en Tana, al interior de Pisagua, con el Gral. Buendía y su tropa de Pozo Almonte que llegó a contar con 9.000 hombres, para tratar de expulsar a los chilenos de Tarapacá. Pero ya los chilenos se habían tomado la estratégica aguada de Dolores (mapa) y no sospechaban que hubiera tal concentración de tropas al sur. Buendía movilizó a sus tropas para atacar las posiciones chilenas desde el sur en el vecindario de Dolores el 19 de noviembre, supuestamente esperando el arribo de las tropas de Daza desde el norte, pero éste se detuvo en Camarones durante una semana y telegrafió al Presidente Prado: "Desierto abruma, ejército se niega pasar adelante", se retiró de la guerra, se devolvió a Bolivia con su selecto ejército y pronto sus numerosos enemigos lo derrocaron. Resultado: los 6.400 soldados chilenos derrotaron a los aliados y un par de días después las tropas peruanas abandonaron Iquique y Chile de inmediato ocupó a la ciudad. 
 
¡Bravo! alumnos y profesores del Liceo Santa María, aunque ya (desde fines del 2001) nadie sabe que Uds. hicieron el esfuerzo ni hay ninguna señal que identifique de alguna forma el lugar porque sacaron el  instructivo panel que Uds. pusieron, aunque adornaron el patio con un bonito basurero de madera y una inútil banca techada, del mismo estilo que las de la plaza de Camarones. De nada sirve todo ese esfuerzo si nadie sabe que eso está allí ni hay relatos amenos que describan los múltiples bemoles sanitarios, logísticos, estratégicos y políticos de esa gestión. El Combate Naval de Iquique del 21 de mayo de 1879, el Asalto y Toma de Pisagua del 2 de noviembre y la Batalla de Dolores del 19 de noviembre de 1879, son hitos importantes en el improbable establecimiento de las tropas chilenas en Tarapacá. Por mucho que me cargue referirme a esa guerra fraticida, ésta plasmó la identidad del actual norte chileno. Un evento de tal trascendencia como la peculiar actitud de Daza dejó interesantes vestigios en el territorio ariqueño, pero al Chile tan orgulloso de sus gestiones bélicas no le importa, como tampoco parece importarle nada de lo que es ariqueño... 
 
No pudiendo seguir por el valle más allá de Taltape y sin saber lo que me esperaba, tomé el camino que lleva a Huancarane, geográficamente a sólo 5km en línea recta hacia el este. Pero nada, ni nadie me había advertido que para pasar más allá de unos pocos kilómetros de angostura del valle había que subir una antipática y pesada cuesta y siendo las 17 horas decidí que la hipotética posibilidad de encontrar el petroglifo del “zorro músico” de Huancarane no merecía subir (y bajar y luego de vuelta) tamaña cuesta y me devolví a Taltape, bien entristecido por el giro de mi aventura. 
 
Así es que estaba resignado a volver a Arica cuando, por azar, vi un dibujo geométrico en una gran piedra cúbica a un centenar de metros del camino, iluminada por el sol del atardecer (foto). De cerca, comprobé que estaba ante un elaborado conjunto de petroglifos, que en la vecindad había varios fragmentos de piedras para moler maíz (batanes) en una larga pirca de piedra, que en una garganta que bajaba por la muralla norte del valle había plataformas delimitadas por restos de pircas de rocas de aspecto muy antiguo (como la base o “radier” de construcciones de caña u otros elementos vegetales tal como se observan en la Aldea del Cerro Sombrero en el valle de Azapa) y que el lugar entero parecía una aldea y/o un recinto mágico de antiguos ocupantes. 
 
Excitado por el descubrimiento, el cual no debería tener nada de extraordinario pues alguien con un leve interés en la arqueología y el turismo off-road tendría que haber sido atosigado con información al respecto si viviera en cualquier otro país que respetara sus raíces, llevé a mi camioneta a las proximidades del hallazgo y decidí aprovechar lo que quedaba del día explorando los alrededores y pasar allí la noche. 
 
¡Eureka! Las dos horas de sol que me quedaban me hicieron ver que había por doquier petroglifos preciosos, lindos, sólo interesantes o francamente burdos, particularmente en la garganta que había traído a la gran piedra cúbica desde las alturas (fotos). Unos 200 metros más al este, un cementerio excavado y/o “huaqueado” blanqueaba impúdicamente huesos humanos de quien sabe qué data, aunque en un hoyo encontré un fragmento de cerámica que sugiere que por lo menos se trata de un cementerio del Período de Desarrollo Regional ariqueño
 
Me imaginé que estaba acampando en un lugar que debió haber tenido algún contexto mágico para sus antiguos dueños u ocupantes, de hace cientos de años y me dije que, solo como estaba, iba a ser quizás el primer humano en volver a compartir con ellos la magia estética y geológica del lugar. Pocas veces he estado tan contento estando solo. Salté de roca en roca hasta el anochecer, el cielo nunca fue más claro y misterioso y el ruido de la fractura de una roca en medio de la oscuridad de las 20 P.M. me hizo desear una visita sobrenatural, algo así como una animita que me pudiera contar qué pasó entre los cabuzas y los ariqueños. Ese fue el límite sur de la ocupación Cabuza... 
 
Huancarane y Cochiza 
 
Nadie me visitó, pero recién caída la noche vi pasar media docena de vehículos que descendían por la cuesta que yo había renunciado montar. Al despertar del día siguiente, envalentonado por el espíritu de los dibujantes de petroglifos y anhelante de nuevos descubrimientos, decidí tomar la mentada cuesta rumbo a Huancarane. De allí llegaría a Hoancarane, Cochiza y a lugares ya conocidos, Pachica y Esquiña. De allí iría a Illapata a ver si todavía vivía esa cholita de mejillas de color manzana que una vez vi al pasar y volvería a Arica por el camino a Codpa. 
 
Huancarane, o lo que había al interior del valle, tenía que ser importante pues el camino no era malo y media docena de vehículos en un día es un tremendo tráfico para los recónditos caminos serranos. Mientras subía la antipática e interminable cuesta, cuya única función es “bypasear” la angostura del valle, pensaba que la inversión de vialidad obligaba a suponer un tráfico importante de personas y/o productos de valor comercial. 
 
Pues me equivoqué rotundamente. Veinte a treinta kilómetros de cuesta pedregosa y solitaria no hacen más que llevarlo a Ud. a la continuación del valle, sin más peculiaridades. Huancarane y Cochiza no son más que un modesto letrero, un par de chozas y el mismo valle de siempre (foto), sólo que a una antipática cuesta más allá de Taltape. 
 
Entonces tomé rumbo al este para salir por Codpa, pero he allí que, un agricultor que me pasó sin saludarme siquiera cuando yo consultaba a mi GPS, abrió y luego cerró con esmero una cerca que me impidió seguir el único camino disponible para seguir hacia el interior y al final de mis planes. 
 
Huancarane y Cochiza tienen una gran colección de petroglifos (foto), pero tal vez su principal atractivo es que, dependiendo del estado del camino y del ánimo del señor que lo controlaba a su arbitrio, es el comienzo de la parte alta del valle Camarones y vía de comunicación con el camino a Codpa. 
 
Pukara de Humallani 
 
Esa vez quedé molesto con la gente de Camarones y preferí volver a Arica. Pero con el tiempo decidí retornar al valle sin pretender que sus pobladores tuvieran que expresar la calidez de nuestros compatriotas de la precordillera. Aunque cueste explicarlo, este sentimiento de no ser bienvenido se repite, excepcionalmente debo aclarar, en otras localidades rurales del Norte Grande, como en Camiña, con la particularidad de que ésta es iquiqueña, está muy pervertida por los importantes ingresos que produce su actividad agrícola y en consecuencia la falta de cordialidad no llama la atención. 
 
En eso pensaba cuando a fines del 2001 visité el pukara de Humallani, a 2km al oriente del poblado de Camarones, donde llega en forma casi perpendicular la quebrada de Humallani (Umallani)
 
La parte terminal de la quebrada, con un curso de agua nulo, escuálido o potente según la estación, está enteramente dibujada por espacios rectangulares delimitados por bajos solevantamientos de tierra y piedrecillas cerca del lecho del río: supongo que son los “canchones” que, como en la quebrada de Apanza, tenían fines agrícolas (foto). Más hacia la ladera oriental de la quebrada, estos espacios están delimitados por pircas más consistentes hechas con bolones más grandes y el suelo no parece afectado por las crecidas estacionales del río, en algunas partes se encuentran trozos de cerámica no decorada, el todo no parece un ordenamiento adecuado para recintos habitacionales y aunque se cuentan por decenas, no entiendo para qué sirven. A medida que se acercan a la ladera, van transformándose en los típicos “radieres” pircados que servían de base a las habitaciones de paredes y techos de material vegetal. 
 
Tras quince minutos de ascenso por una estrecha huella en una ladera poco apta para sedentarios, con algunas escasas piedras con petroglifos (señal de que vamos por el camino correcto), se llega a la cima que tiene una superficie más o menos plana del tamaño de media cancha de fútbol. Hemos llegado al pukara (Lat.18º60'S, Long. 69º51'O). 
 
Aunque domina en forma espectacular el valle hacia el oriente y el poniente y la quebrada homónima, el pukara de Humallani es muy modesto en comparación con los otros descritos en este texto: medio centenar de recintos pircados, con frecuentes colcas domésticas en la periferia, pero tiene algunas peculiaridades. 
 
Los recintos que parecen habitacionales son más o menos circulares, bastante estrechos (2-4m), delimitados por una efímera pirca simple y están ubicados en la periferia del complejo. En el centro hay espacios rectangulares de mayor tamaño (6-8m) delimitados por pircas de mejor factura y compuestas por dos hiladas de piedras medianas con una capa de tierra y guijarros en el medio. Algunas de ellas son adyacentes entre sí y es obvio que tenían un propósito diferente a las estructuras de la periferia (foto). Este es un ordenamiento que no he visto en otros lugares, si bien debo aclarar que me queda mucho por explorar. 
 
En un sector de los recintos circulares hay abundancia de trozos de cerámica no decorada (de uso doméstico). Puede haber más, pero nunca hago excavaciones para no dañar la evidencia que debe ser explorada por  los expertos. 
 
En una hora completé mi esa visita al lugar. A la vuelta, rodeado de verdes plantaciones de alfalfa, antiguos molles, vacas y con las ánimas de los “gentiles” acompañándome amistosamente, disfruté con mi acompañante de un aperitivo y de unos espectaculares emparedados. Poco más allá, un campesino hacía como si nosotros no existiéramos. Lo que lamenté es que, a diferencia de otros lugares de mi Patria Chica, no conseguí amigos en Camarones... 
 
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