Arica y Potosí 
 
Hasta aqui debiera haber quedado claro que el Mundo Andino tiene una fuerte identidad pero a la vez es muy dúctil y cambia sus expresiones más superficiales con facilidad. En contraste, en el Chile convencional las estructuras sociales, económicas y de todo tipo son extremadamente rígidas hasta el punto de hacerse inoperantes con demasiada frecuencia. Los ejemplos abundan: basta mencionar la hipócrita tolerancia al perjurio que implica el “divorcio a la chilena” y la “curiosa” operatividad de la Regionalización. Todo eso es importante para nosotros, pues si Chile es una isla, Arica es andina. La palabra "andino" es casi un sinónimo de integración, complementación y autosuficiencia regional. Potosí nos ofrece un buen parangón de cuán drásticamente cambian las reglas del juego en este pobre rincón tan atípicamente chileno. 
 
Potosí colonial 
Los incas ya sabían de la plata de Charcas, pues explotaban el mineral de Porco, al sudoeste del actual Potosí. En 1538 Hernando Pizarro, con 200 españoles y miles de quechuas llegan a la zona, donde hoy está Cochabamba y entablan una prolongada lucha contra los curacazgos locales unidos, hasta que meses después fundan en Chuquisaka la ciudad La Plata, actual Sucre, tres años antes de la fundación de Arica. En 1545 se descubren las increíbles vetas de plata del cerro Potosí y ya en 1548 se enviaban a Arequipa las primeras 7.771 barras de plata, en un viaje de seis meses a lomo de 2.000 llamas. Durante un tiempo, la plata de Potosí llegó a cubrir la cuarta parte de los gastos de la Corona española. Sin embargo, por mucho tiempo, Potosí y Porco no serían más que desordenados asentamientos de mineros, sin existencia “oficial”. La primera tuvo un crecimiento explosivo: 60.000 habitantes en 1560, el doble 10 años después, 145.000 en 1600 y hasta 160.000 un par de décadas después (cuando se había alcanzado la producción tope de más de 8.000 quintales al año), siendo la ciudad más grande de América y superando a París y Sevilla, entre otras metrópolis europeas. Empieza a decaer en 1645, la plata prácticamente se agotó en 1825 y la población se redujo a 8.000 habitantes. 
 
La riqueza fue descubierta por casualidad por un quechua yanacona que residía en Porco, llamado Diego Huallpa. Aunque la evidencia histórica es menos espectacular, la leyenda dice que, buscando a una llama perdida, el intenso frío lo obligó a prender una fogata, la que hizo fluir a la plata derretida. El cerro es de roca sólida muy dura (ígnea) cuyas vetas se formaron hace 9.000.000 de años por circulación de aguas mineralizadas desde la profundidad. Había 4 vetas principales, denominadas Centeno (la primera registrada, el 21 de abril de 1545), Rica, Mendieta y del Estaño. La dureza de la roca permite que los socavones sean simples, sin estructuras de soporte. Además de plata en forma de cloruros y sulfuros, el cerro contiene minerales de plomo, estaño, cobre y hierro. 
 
A mediados del siglo XVII había unos 6.000 esclavos negros en Potosí. Aunque pudo haber un reducido número de ellos trabajando en las minas, la fuerza laboral estaba compuesta por indígenas, a quienes se les recolectaba coercitivamente de distintas regiones, a la manera de un impuesto (mita) que debían pagar los distintos curacazgos (foto). El promedio de vida en las minas era de menos de un par de años, por el trato brutal que se les daba y las consecuencias de la exposición prolongada e irresponsable al mercurio que se utilizaba para purificar el mineral. Los esclavos negros eran más utilizados en trabajos menos brutales, como la servidumbre doméstica: ellos costaban dinero, mientras los indios eran gratuitos. En un par de décadas fallecieron unos 6.000.000 de indígenas en las faenas mineras (nota). 
 
El sistema de las mitas para Potosí y Porco fue puesto a punto por el Virrey don Francisco de Toledo más o menos en  1575. Hacia 1635, 4.474 indígenas estaban enrolados como mitayos en Potosí, con pocos ariqueños porque los Corregidores locales utilizaban la mita para intereses personales. 
 
La faena en Potosí a principios del siglo XVII fue descrita así por el Virrey Mendoza (“traducido” al castellano moderno): "Tienen estas minas escalas o caminos desde la superficie a la profundidad, y por allí suben los indios las piedras en hombros, del metal que otros compañeros han despegado a punta de barreta, en cotamas, que son costales de cuero. Llegando arriba, ponen la carga que sacan de una vez en montones diferentes en un lugar que llaman cancha. De estas canchas se lleva el metal a los ingenios, cargado en llamas. Ingenios son ciertas máquinas de madera cuyas ruedas, impulsadas por agua, levantan unos mazos grandes, que vuelven a caer sobre el metal y lo muelen hasta hacerlo polvo, el cual se va poniendo en hoyos cuadrados que llaman cajones. Allí les echan azogue y otras mezclas convenientes para que se separe la plata. Para conseguirlo con mayor rapidez se ayudan del fuego, aunque ya se está prefiriendo el calor del sol. Cuando por las pruebas conocen que está a punto, lo echan en unas tinas como medias pipas y allí lo van lavando a fuerza de brazos, con un molinete. Suélese facilitar parte del trabajo valiéndose del agua para rodar el molinete y cuando se hace así lo llaman lavadero. Lavado el metal, sacan la plata y azogue en una pella, pónenla en un anjeo (aspecto de lienzo tosco), lo tuercen y golpean hasta que despide el agua y algo de azogue; luego lo meten en moldes y lo golpean hasta que toma forma de piña; ésta se pone en un hornillo de barro que llaman desazogadera y a fuerza de fuego le van quitando todo el azogue. De allí sale la piña algo granujada, asientan la plata con un martillo, con que queda acabada esta obra hasta hacerla barras y ensayarla". 
 
Inicialmente se enviaba el mineral a lomo de llamas al puerto de Quilca (foto), frente a Arequipa, pero en 1565 se establece el Corregimiento de Arica y se habilita a nuestro puerto para el embarque del mineral. Quince años después, el azogue de las minas de Huancavélica, en la cordillera peruana, empieza a llegar a nuestro puerto en vez de ser enviado directamente por tierra, además del que era traído desde Europa, de manera que había un incesante movimiento de mulas desde y hacia Potosí, 114 leguas (mapa), pasando por Lluta-Socoroma-Putre-Parinacota o Azapa-Livilcar-Belén-Parinacota y luego Salinas de Garci Mendoza, Paria, Ullaga, cordillera de los Frailes, Porco y Potosí, llevando azogue y productos agrícolas y trayendo la plata, lo que hizo que en el siglo XVII Arica fuera el puerto de mayor movimiento del Océano Pacífico. Cuando se fundó Oruro en el extremo norte del lago Poopó, en 1606, se empezó a utilizar la “vía de La Paz”: Tacna-quebrada del Tacora-Oruro-Garci de Mendoza y Potosí. 
 
Aunque más resistentes al intenso trajín, al clima y a la falta de forraje, las llamas sólo cargaban unos 25 kilos en viajes largos, por lo que a principios del siglo XVII se empiezan a utilizar caravanas de mulas, las que tienen una capacidad de acarreo mucho mayor pero con una mortandad por viaje muy superior. Como el apuro por transportar azogue a Potosí podía poner en serios aprietos a los responsables, la producción local de mulas era insuficiente y se importaban hasta 100.000 mulas anuales desde Chile y Tucumán. Cuenta don Alfredo Wormald que era tan bueno el negocio de criar mulas, que el ejército de Chile se quedó sin caballos para combatir a los bien montados araucanos, sin que las prohibiciones y multas remediaran la situación, por lo que el Gobernador de Chile vióse en la cruel obligación de emprenderlas contra la anatomía de los burros. 
 
Potosí actual 
A partir de 1700 empieza una tremenda y larga crisis financiera en Arica, a causa de prolongadas sequias, la malaria, la amenaza de piratas y corsarios, la baja de la producción de las minas de Potosí y del precio de la plata, el traslado de las Cajas Reales a Tacna en 1718 y la migración de los españoles a ésta. Arica queda con una población de no más de 800 negros, mulatos y mestizos y la creación del virreinato de La Plata en 1776, el cual incluia a Potosí, hace que los embarques de plata se empiecen a hacer por Buenos Aires. Arica es nombrada puerto franco en 1778, en un inútil esfuerzo por combatir la miseria. 
 
Agotada la plata, la explotación del estaño a principios del siglo XX reactivó parcialmente a Potosí, la cual contaba con 120.000 habitantes en 1992. Las minas siguen funcionando, explotando principalmente estaño y plomo (foto). 
 
En el año 2001, la fuerza laboral de hoy estaba compuesta por 9.000 hombres generalmente menores de 40 años (y muchos niños) (foto), miembros de pequeñas cooperativas autorizadas por el Estado pero sin leyes sociales, beneficios por enfermedades profesionales y/o accidentes ni derecho a licencias médicas. Trabajan de 8 a 18 horas sin salir de los socavones ni alimentarse. Un gran bolo de coca (pikchu) los mantiene activos mientras trabajan sin más máquinas que una carretilla, a combo y barrena para cavar penosamente estrechos orificios en la roca de dureza metálica, donde tras varias horas de arduo trabajo colocarán algunos cartuchos de dinamita (que deben comprar ellos mismos) y tronarán a mediodía para obtener material. Dicen que deben mover unas 15 toneladas mensuales para llevar a casa menos de 100 dólares por mes, sin ninguna protección social. Tal vez los 500 trabajadores de la mina de Porco sean un poco más afortunados, pues son funcionarios de una empresa que extrae estaño, la cual supuestamente debe cumplir con algunas obligaciones sociales. 
 
El Cerro Rico está recorrido en todos los sentidos por los socavones, algunos de ellos tan estrechos que sólo se puede pasar arrastrándose y otros a distinto nivel, conectados por profundos “pozos” en el fondo de los cuales se adivina a los mineros tras las lámparas de carburo, faenando en túneles más profundos. No hay orden ni planificación pericial, pues no hay ingenieros ni planos ni parece haber control alguno: cada cual cava su socavón como mejor le parece. 
 
No hay autoridad fiscal que deba autorizar el ingreso a la mina: simplemente basta con el beneplácito de sus explotadores, quienes sólo esperan un modesto regalo a cambio de la perturbación que provocamos. Así pues, en las afueras de la mina hay un mercadillo donde compramos regalos: mucha hoja de coca, llujt’a (o llupt’a o llipta) de quinua, papa, camote o plátano (ceniza en pequeños bloques, que se masca junto con la hoja para extraer mejor la cocaína; la mejor, a falta de bicarbonato de sodio, es la de tallos de quinua), unos horribles cigarrillos sin marca liados a mano, cartuchos de dinamita, mecha y detonadores y alcohol puro bebestible (fotos). 
 
“Quiero tantos cartuchos de dinamita, tantos metros de mecha, algunos detonadores y mucha hoja de coca”. No hay que pedirlo en silencio, mostrar el pasaporte, anotarse, inscribirse ni identificarse en absoluto. No parece haber nada ilegal en la transacción, los precios son bajos y uno se puede llevar toda la dinamita que quiera a su casa si lo desea. 
 
Protegidos por un niño-minero de 9 años, casco, botas de goma y una casaca impermeable en cuyos bolsillos llevamos la dinamita, recorrimos algunos socavones y sus esforzados explotadores conversaron con nosotros con amabilidad mientras descansaban un poco y aprovechaban para echarle más hojas de coca al akulliku y recibir nuestros míseros regalos. El único permiso que pedimos fue a los diablos (“tíos”) de la mina, estatuillas cachudas pintadas de rojo, una de ellas con un formidable atributo masculino en estado de alerta, quienes de cuando en cuando aguardan en nichos a que el visitante les ponga un pucho en la boca, les deje caer alcohol en el tronco, lo prenda y espere a ver si sale humo del pucho: si el “tío” no “fuma”, mejor no seguir adelante (foto). 
 
En la penumbra que apenas penetran las lámparas de carburo de los tiempos de mi abuelita, las voces de los mineros suenan seguras, poco entusiastas pero orgullosas y maduras. Sólo después, al ver las fotos, pude comprobar que no eran más que muchachotes u hombres muy jóvenes (fotos). Allí, en el corazón del cerro, mencionaron un derrumbe de antaño, pero con ellos no se siente el peligro: conocen su oficio, son estoicos y valientes sin saberlo, están orgullosos de su actividad y uno adivina que son hombres buenos, solidarios, capaces de sortear todas las dificultades menos aquellas estrategias financieras que señores de cuello y corbata y uñas esmaltadas han ideado en países ricos para enviar a los macro-mercados las reservas de estaño nacionales quién sabe con qué afanes de lucro. No puedo dejar de identificarme con los mineros y sentirme agradecido que me permitan compartir aunque sea tan superficialmente su entorno. Creo que los entiendo y confío en ellos. 
 
Por un siglo y medio, la historia post-incaica de Arica estuvo condicionada por la actividad de Potosí. Hoy compartimos una terrible crisis financiera y otra peor aún, de identidad. Los contemporáneos de cuello y corbata que desde lujosas oficinas son directa o indirectamente responsables de la miseria del Potosí actual están muy al norte; los nuestros están al sur. Nosotros, ellos y sus vecinos estamos en el ombligo de América. 
 
Para todos nosotros andinos, el estancamiento y el trato injusto es problema de latitudes nortinas o sureñas, mientras que la vía que podría conducirnos al progreso corre de Este a Oeste... 
 
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