Un Mensaje Final 
 
Montar por agrado debe ser una sinfonía armónica y serena de dos protagonistas: el jinete y el caballo, quienes nunca dejan de esforzarse, pero es peligroso si se sobrepasan los límites. Ninguno de ellos debe excederse y ambos pueden informar al otro cuándo lo están haciendo. La seguridad se consigue cuando el jinete reconoce el incio de los alegatos del animal y lo controla a tiempo, a la vez que el caballo no recibe órdenes inapropiadas o castigos abusivos. O sea, si el animal no está muy mal enseñado, todo depende del jinete, el único de la pareja que es inteligente. Lo que definitivamente no es una cabalgata sino una aberración, es cuando el humano insiste en demostrarle violentamente al animal que él es un personaje temible y el más recio de los machos. No debe haber competencia y violencia, sino respetuosa interacción, pero siempre conservando Ud. el mando con las gestiones descritas. La mera violencia genera innecesaria violencia... 
 
Varias veces viajé montando a un caballo enseñado a golpes. Cuando lo conocí no estaba capado, lo montaba su dueño y el animal se resistía a bajar a una zanja algo profunda. A punta de espuelazos y pencazos y tras varias paradas de manos, terminó saltando aterrado al fondo de la zanja, con sus costados heridos por las espuelas. Aunque ya lo habían capado la primera vez que lo monté, de inmediato expresaba reacciones de alarma que me asustaban, pero a medida que transcurrían largas horas de cabalgata se serenaba y mantenía su buena conducta por los días que ésta duraba. La última vez que viajé con él estaba insoportable, lleno de trancas y temores pues seguramente seguían hostilizándolo, pero yo ya sabía que tenía que mantenerlo siempre en movimiento, cómo evitar que levantara el hocico y aplicarle oportunamente un “valium” y no me creó grandes problemas. Posteriormente lo montó alguien que creía que todos los caballos eran iguales y su comportamiento fue tan negativo que no lo volvimos a incorporar a nuestra tropa y hoy ya no está en este mundo: murió sin conseguir demostrar que era (potencialmente) un muy buen caballo y creo que no tuvo una vida feliz. Así perdimos a lo pudo ser un buen animal. Si quieren conocerlo, es el caballo blanco que monté cuando cabalgamos a Livilcar y en una de las cabalgatas a “Codpa vía Carza”. Nunca lo olvidaré y merece un saludo amistoso de los lectores... 
 
Con esto pretendo expresar que la violencia no obtiene buenos resultados, que el caballo es capaz de readaptarse a un jinete gentil pero intransigente, que vuelve a adquirir malas costumbres si no se le sigue tratando como es debido y que, aunque mañoso y sin tiempo para reentrenarlo, se le puede controlar casi siempre si se conocen los trucos básicos. Los más importantes de ellos son indicarle que Ud. manda a través de la presión de sus pantorrillas, saber controlarlo a tiempo y evitar que levante el hocico y luego aplicarle un “valium”, con una clara, predefinida y constante secuencia de órdenes. No todos los caballos responden satisfactoriamente a esas gestiones, pero con paciencia todo se consigue y eso me lo enseñó el Coipo, el caballo blanco al que me refiero. 
 
Montar no es una competencia entre el jinete y el caballo, pero éste DEBE hacer lo que ordena el humano y entonces es preferible evitar las situaciones conflictivas que lo tentarían a rebelarse, a menos que el entrenador pretenda modificarle su conducta ante ciertas situaciones. Pero si Ud. es sólo un pasajero ocasional, no pretenda darle lecciones al animal. Con paciencia, estímulos apropiados y sin pretender que éste deba pensar como un humano, casi cualquier caballo es montable y controlable, con más o menos esfuerzo y paciencia del jinete y si se lo está entrenando, tal vez algunos sustos y un par de porrazos. Lo esencial es que, para el bien de ambos (caballo y jinete o entrenador), hay que tratar de comprender al animal y enseñarle a obedecer a estímulos como el  “chchchchchchch”. 
 
En definitiva, amo a los caballos pero de cobarde que soy les temo pues son propensos a validar la Ley de Murphy. Más que temerlos, les respeto su idiosincracia y trato de comprenderla. Dadas las peculiaridades de mis caballos y la geología de Arica, nunca consigo montar sin sentir un poco de susto, pero de porfiado y escorpión que soy, jamás permitiré que se salgan con la suya. Montar es una aventura, no tan peligrosa si se piensa como caballo, pero ciertamente no es un paseo en bicicleta, por manso que sea el animal. Lo exitante es que, aunque pocas veces suceda un evento indeseable, nunca se sabe cómo terminará la cabalgata. Para que termine como a Ud. le conviene, haga un intento por comprender a esa inmensa masa de músculos genéticamente acondicionada a huir para preservar su vida. Así protegerá la suya propia y disfrutará la interacción con los más exitantes animales que los humanos hemos (casi) domesticado...