Fase Cultural Alto Ramírez  (500 a.C a 600 d.C.) 
 
El intercambio cultural y comercial con el altiplano --mediado por caravanas de llamas-- se intensifica progresivamente, generando la primera instancia de establecimiento de un enclave cultural en nuestros valles. 
 
La cultura Alto Ramírez, la primera en establecer una economía agropecuaria en Arica, tiene sus orígenes en asentamientos de Azapa a unos 10km de la playa, de los que se tienen datos desde hace más de 3.000 años. En su primera etapa coexiste con los últimos Chinchorros, con un nivel cultural y estilo de vida similar a los de Faldas del Morro y otros grupos definidos para la Fase de Transición (Formativo). Como su agricultura estaba casi en etapa experimental, parte de su alimentación dependía de la recolección de bulbos de totora, cebollines silvestres y productos del mar y de la caza y pesca, para lo cual utilizaban las estólicas (ya empleadas por los europeos del paleolítico) (fotos) y anzuelos de cobre. 
 
Posteriormente, hace 2.500 años, cuando la unidad socio-política Pukara estaba estableciéndose en el norte de la cuenca del Titikaka, Alto Ramírez ha madurado hacia una cultura peculiar con un estrato de elite gobernante, diferente del resto de Arica, de fuerte influencia altiplánica (Pukara y luego Tiwanaku Temprano) y tan exitosa que domina al valle de Azapa y se extiende al sur del Perú y hasta el río Loa, incluyendo el valle Camarones (Conanoxa), Pica, Huatacondo y San Pedro de Atacama. Entre tanto, en la costa del valle de Azapa estaban los asentamientos de El Laucho ya descritos. 
 
En este período se consolida la agricultura (ají, quinua (foto), algodón, porotos, yuca o mandioca (foto), camote o batata, pallar y aparecen los cultivos intensivos de maíz), la metalurgia a escala reducida (cobre, oro, plata), la cestería y textilería especializadas y se introducen conceptos e imágenes altiplánicas (foto) como los diseños geométricos (foto), figuras de rostros con apéndices faciales que tal vez representen al dios Tunupa, el decapitador, los sacrificios humanos y se intensifica el culto a la cabeza humana que se inicia en las postrimerías del Período Arcaico (Chinchorro) y se hace tan evidente en Faldas del Morro. Ahora el cráneo aparece como un objeto ritual, a veces provisto de una envoltura con un asa para transportarla en ceremonias rituales. Nótese que en el actual Perú, los paracas de la época también manifestaban un enfático culto a la cabeza humana (foto) y su cerámica tiene representaciones de cabezas-trofeo. 
 
La gente de Alto Ramírez vivía en recintos circulares o rectangulares en el sector que hoy lleva el mismo nombre, un terreno plano al sur del río San José, limitado por cerros al oriente y al poniente, con un curso de agua serpenteante que provenía del sur (quebrada de Llosyas) (mapa). 
 
Como en algunos lugares del altiplano, la práctica funeraria consistía en depositar a los cadáveres de costado, con las piernas dobladas, a menudo decapitados, desmembrados, o con la columna violentada al ser doblada hacia atrás, cubriéndolos con esteras y tierra, formando así pequeños cerros o túmulos, algunos de los cuales persisten en las tierras colindantes al Club de Golf (hacia el oriente) y en el cementerio de San Miguel de Azapa, sobre los cuales se han agregado tumbas modernas, haciendo de éste uno de los cementerios en uso más antiguos del mundo. Se ha postulado que estos túmulos funerarios se inspiran en las peculiares pirámides desprovistas de puntas que edificaban en la vecindad del Titikaka las etnias Chiripa y Pukara. El túmulo más antiguo de Azapa data de 490 a.C. y el más conspicuo, en el extremo noroeste del sitio AZ-14, lo llaman “el abuelo” y en su cumbre hay un letrero advirtiendo que es un patrimonio cultural que no puede ser destruido (foto), un loable esfuerzo de don Luis Briones que sólo ha tenido un éxito parcial, pues muchos túmulos han sido arrasados por los agricultores contemporáneos para utilizar el terreno (foto) y hasta por maquinaria pesada durante el gobierno militar, justamente cuando se habían iniciado gestiones para que el lugar fuera declarado patrimonio cultural. 
 
Las perturbaciones del cadáver se deben a que no siempre se enterraban a tiempo (entierros “secundarios”, posteriores a la descomposición del cadáver) y algunas veces habrían sido sacrificados en un rito destinado a satisfacer a un tétrico personaje altiplánico que tuvo amplia difusión en el Mundo Andino: el Decapitador. 
 
En contraste con las manifestaciones funerarias, las habitaciones eran muy primitivas, probablemente de paredes de caña y techo de totora o similar. Para sus labores de pastoreo disponían de perros y hondas. Calzaban zandalias más elaboradas que las chalas de las poblaciones de la Fase de Transición y usaban las típicas camisas andinas sin mangas (unku), fajas y gorros multicolores en forma de hongo, tejidos con lana (foto). La cerámica era casi tan primitiva en su diseño como la de Faldas del Morro, pero su técnica de elaboración era superior (foto). 
 
Hay algo que merece destacarse de la Fase Alto Ramírez. Por alguna razón, probablemente vinculada a la necesidad de establecer claramente su identidad ante la creciente influencia foránea, prácticamente todos sus habitantes tenían el cráneo deformado artificialmente. Aunque los contactos con los altiplánicos pueden trazarse hasta el Complejo Cultural Chinchorro, es en esta etapa cuando aquellos parecen adquirir un especial interés por nuestras tierras. Interpretando con algo de fantasía la evidencia arqueológica, podría suponerse que los altiplánicos comenzaron a enviar a “agentes” para “convertir” a nuestros autóctonos, con su tecnología agrícola como sólido argumento. De hecho, Horta, con la evidencia de la Colección Blanco Encalada que Espoueys donó al Museo de Historia Nacional de Santiago y al Museo Chileno de Arte Precolombino, supone que la tapicería inusitadamente sofisticada que Muñoz describió en 1989 para Alto Ramírez pudo haber provenido del Altiplano, como ya lo había propuesto Focacci. Ofrezco otro argumento, de lo que me relató Espoueys como novedosa una hipótesis de trabajo no publicada. Actualmente involucrado en el estudio de las deformaciones craneales, le llamó la atención la inesperada cantidad de individuos braquicefálicos en el sitio AZ-115 (100-450 d.C. según Chacama), al lado del actual Museo Arqueológico de Azapa, antes territorio de la Fase Alto Ramírez. Estos “cabezones” (consecuencia de una peculiar deformación artificial del cráneo), diferentes a los cráneos autóctonos y concentrados en un lugar tan específico y con otras peculiaridades que los hacen parecer foráneos, permiten suponer que podrían ser la evidencia física de esta misión de proselitismo altiplánico. Parece que ejercieron alguna influencia sobre la población autóctona pues para en esa época los asentamientos del sector alto del valle de Azapa revelan drásticos intentos por reproducir el mismo tipo de deformación craneana (generando de paso una elevada mortalidad infantil). 
 
Por otra parte, no sería descabellado suponer que parte de la identidad de esta fase cultural pudo depender del arraigo de caravaneros altiplánicos que formaron familias con mujeres locales; una mera suposición, pertinente para recordar que los protagonistas de la historia son seres humanos y no entes pasivos que se amoldan a las fases culturales, sino que las definen día a día tratando de hacer su vida como mejor pueden. 
 
Fase Cultural Cabuza, Tiwanaku y Las Maytas 
 
La fuerte influencia altiplánica que caracteriza al Período Intermedio Medio en Arica representa la segunda instancia de cambio cultural trascendente inducido por las etnias foráneas. Los cabuzas aparecen en nuestros valles altos y medios cerca del año 500, con sus peculiares gorros de cuatro puntas (fotos), sus “keros” (qiru, vasos ceremoniales para la chicha) (foto), camisas de mejor factura (foto), fajas-bolsa, arcos y flechas e incorporando instrumentos de madera como azadones, armas como la macana (una piedra hecha firme en el extremo de un palo, al estilo de una maza o garrote) (foto) y la coca y que vivían de las llamas y alpacas y del cultivo del maíz, calabazas, porotos, quinua, camote y otros productos agrícolas que se comercializaban en las vecindades del Titikaka, transportados mediante caravanas de llamas, posiblemente protegida por “militares” (foto). Sus muertos eran enterrados en posición fetal, envueltos en camisas de lana, en fosas cilíndricas cavadas bajo la superficie del terreno, con un piso de tejido vegetal. 
 
Parecen haber manifestado cierta nostalgia biológica a su hábitat natural altiplánico, manifestada a través de una elevada mortalidad infantil y perinatal. Entre sus creencias se destaca la idolatría al cóndor, los felinos, los camélidos y el falo. La utilización de alucinógenos es poco frecuente y parece reservarse a las prácticas shamánicas (foto). Con ellos se inician los enterramientos en cuclillas, costumbre que perduraría hasta la llegada de los españoles,  la cerámica decorada como ofrenda funeraria y aparecen los “orejones” en Arica, individuos de clase de elite que perforaban los lóbulos de sus orejas, práctica que sería muy común en el incanato, casi 1.000 años después (nota). 
 
No cabe duda que los cabuzas no formaron asentamientos marginados de la población ariqueña, sino que de muchas maneras se integraron con ellos. Su relación con los habitantes de Alto Ramírez debió haber sido estrecha, pues a menudo utilizaron los mismos espacios que éstos para sus cementerios y depositaron ofrendas sobre los túmulos funerarios. Es posible suponer que la población cabuza de bajo estrato social estuvo conformada por ariqueños que de una u otra manera fueron adoctrinados por los altiplánicos. Posteriormente, cuando unos dos siglos después aparece el estilo cultural Las Maytas, los cementerios cabuza, típicamente instalados a los pies de las laderas del valle, tienen las tumbas propias de la etnia en la parte alta y se continúan hacia abajo por las Maytas. Con esto quiero enfatizar lo que repito con insistencia en el texto: en Arica se vivió, ya desde el Arcaico y hasta el Intermedio Tardío, una intensa interacción complementaria de diversas etnias, aunque a veces con algunos ribetes de enfrentamiento (nota). 
 
Poco antes de la aparición de los cabuzas, se consolida en la región circunlacustre un fenómeno sociopolítico trascendental: el reino Tiwanaku, al sur del Titikaka, se sobrepone al reino Pukara del norte y adquiere la hegemonía de todo ese territorio y consolida en Arica la trascendente influencia cultural tiwanakota a través de una blanda dominación controlada desde Moquegua, cuya expresión local son los cabuzas y que sólo declinaría hace unos 1.000 años, evento que marcará el origen el Período Intermedio Tardío. 
 
Una de las características interesantes del "Ideal" andino circuntitikaka es su ancestral concepto de territorialidad. Para satisfacer sus afanes de autosuficiencia los altoandinos llegaron a ocupar distintos pisos ecológicos estableciendo un dominio territorial discontinuo, como un país formado por distintas islas pero que aqui no estaban separadas por un océano sino por territorios desocupados o pertenecientes a otras jerarquias. Es lo que Murra describe en 1972 como “control vertical de múltiples pisos ecológicos”. La única frontera claramente demarcada del vasto y benévolo Imperio Tiwanaku fue la que establecieron sus contemporáneos Wari --de conceptos sociales diametralmente opuestos-- cuando los últimos se apoderaron de parte de Moquegua hace unos 1.500 años y fortalecieron su posición con la magna ciudad construida en la meseta del Cerro Baúl (foto). En el resto del territorio, el núcleo socio político religioso, necesitando los productos de los valles bajos y del mar, estableció en la parte media de los valles asentamientos controlados por su propia gente, quienes “convencieron” en vez de subyugar a los locales como lo habrían hecho los waris o la "civilización" occidental. 
 
De esta manera, lo clásico es pensar que la territorialidad altiplánica, aun después de que el Imperio colapsara en una miríada de Reinos Lacustres independientes, implicaba un núcleo central puneño tremendamente dependiente de enclaves territoriales (tal vez salpicados) en los valles bajos, sin conexión territorial con el núcleo, a la manera de un archipiélago, estando el todo conectado por las caravanas de llamas. La costa seguiría controlada por los “ariqueños”, pero con fuertes lazos comerciales con los colonos altiplánicos. Todo esto suena bien, pero es discutible  (nota). 
 
Durante el Período Medio aparece lo que sería el inicio de una identidad ariqueña bien constituida ya en el siguiente período. El germen de nuestra identidad, opacada por los aymaras durante la dominación incaica del Período Tardío, es la Fase Cultural Las Maytas, la cual parece encontrar un espacio financiero como proveedores de productos marítimos para los asentamientos cabuza de inspiración altiplánica. Esta inicia una evolución cultural que posiblemente revitaliza la influencia costera del sur del Perú, tratando de alejarse de lo altiplánico de manera evidente a juzgar por lo que nos han legado, su cerámica y textilería. 
 
La cerámica Maytas, aunque inicialmente conserva elementos propios de Cabuza, agrega el blanco a la decoración negra sobre fondo rojo, haciendo interactuar a los colores en una continua complementación que con fuerza y por primera vez en Arica evoca la conceptualización andina de los opuestos complementarios (foto). Aparece así de pronto en Arica un estilo autóctono (Uribe), seguramente consecuencia de un ideal regional (a falta de material escrito sólo podemos juzgar a través de restos materiales menos explícitos), que contribuye al origen de la Fase San Miguel de la Cultura Arica
 
En cuanto a la textilería, se conserva la técnica de elaboración Cabuza y otros parámetros, pero éstos nunca muestran elementos decorativos complejos (Horta), mientras que en la tradición Maytas la decoración de ch’uspas (bolsas que guardan hojas de coca y que se cuelgan como una cartera), inkuñas (paños cuadrangulares de uso ceremonial y para el transporte de objetos livianos) y otras piezas, empieza a tener complejas figuras decorativas, entre las cuales resalta la serpiente bicéfala (foto), supuestamente importada de la costa peruana pues ya estaba presente en Paracas, la que persiste en la decoración San Miguel del período ulterior (Cultura Arica), demostrando la ya referida influencia de la costa del sur del Perú, evidente a partir de Faldas del Morro. Insisto, entonces, que no todo nuestro progreso proviene del altiplano. Una excelente revisión de la textilería de Azapa es el artículo de Helena Horta en la Revista Chungara (29;1997) y su libro “Arte Textil Prehispánico” (Editorial Universidad Bolivariana, Santiago de Chile, 2005). 
 
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